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Juan Gaitán

El ruido y la furia

Juan Gaitán

Sobrevivir

Siempre he sido un tipo poco práctico. No tengo plan de pensiones ni invierto las pocas monedas que se me extravían en los fondos de los bolsillos en alguna empresa emergente o en las sólidas acciones de las más rentables. Acabo siempre dejándomelas en libros, en periódicos, en café, en aquellas pocas cosas que hacen el mundo navegable. Será por eso, porque no soy un tipo práctico y previsor, por lo que no compré papel higiénico al por mayor en aquellos días primeros de la pandemia y el confinamiento y ahora tampoco estoy acumulando víveres. No es que viva al día, es que trato de vivir los días, cada uno con su afán, su gozo y su tarea. Y porque tampoco sabría muy bien qué acumular, qué guardar para esas hipotéticas dos semanas sin electricidad con las que nos atemorizan. Dos semanas sin electricidad quizás fuesen motivo para que les diera un jamacuco a los alcaldes de Málaga y Vigo si coincidiera en Navidad y se les apagaran, de pronto, los excesos luminarios que perpetran. Y serían trágicas, claro, para los hospitales, se me ocurre, y para la mayor parte de los asuntos de la vida cotidiana, porque hemos creado un estado de dependencia total de esa energía. Y por eso nos asustan, porque anunciar que no habrá electricidad es como anunciar el fin del mundo.

Y probablemente soy un inconsciente, porque no estoy haciendo nada para «sobrevivir» a esas dos semanas que todo el mundo, de repente, se ha puesto a temer tanto, tanto, que los machetes tipo Rambo han subido muchísimo de precio y hay tanta demanda que ya no son fáciles de encontrar.

Parece que el mundo se derrumba y yo, como en aquella canción de Silvio Rodríguez, «aquí cantando». Será tal vez porque en los años que llevo vividos con conciencia de haberlos vivido, la Humanidad ha conseguido sobreponerse a un largo catálogo de seguros apocalipsis que luego nunca fueron, desde la guerra nuclear entre la URSS y Estados Unidos a la gripe A (que iba a acabar con la población mundial poco más o menos), pasando por varias crisis del petróleo y, si quieren, podemos meter también en la cuenta el «Efecto 2000» y los augurios del Calendario Maya. Y, sin embargo, aquí seguimos.

Y será por todo eso, porque no me fío de los que me quieren asustado, por lo que no soy capaz de hacer la lista de lo que necesitaría para sobrevivir y cuando lo intento enseguida se me llena de libros y de amigos y de algunos objetos irremplazables como el calibre de mi padre o el reloj de mi abuelo y se me olvida poner el papel higiénico y las pastillas potabilizadoras. O será, simplemente, porque siempre he tenido la certeza de que sobrevivir es el modo más horrible de vivir, su antónimo, y es esa la razón de que cuando quiero hacer una lista de supervivencia lo que me sale es un testamento vital.

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