Energía, ímpetu y poder son distintivos primarios de dos maestros jóvenes que han dado continuidad a la brillante temporada de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas: el violinista alemán Tobías Feldmann y el pianista coreano Yekwon Sunwoo. Esta vez, por suerte, en la limpia y cálida acústica del Paraninfo universitario, que atesora el mejor gran cola Steinway de cuantos hay en Canarias.

Programa difícil en sus cuatro obras, y tanto más por las prescripciones sanitarias que excluyen los intermedios. Al final, los artistas estaban cansados y solo respondieron con un breve bis de Schumann a los bravos del público. Abrió programa la Sonata en fa KV 377 de Mozart, modelo de distribución dual de los materiales compositivos y sus desarrollos. Un verdadero diálogo, (no un solo acompañado), advirtió desde el principio la importancia sonatística de la obra, espléndidamente proyectada a la sala desde la poderosa sonoridad de la cuerda y la vivacidad del teclado. Con la riqueza de su tanda de variaciones, los intérpretes despertaron desde el principio la atención admirativa del auditorio.

Tras la elegancia de Mozart, con la exaltación de Schumann en su Segunda sonata en re menor, op.121, hizo el dúo inmersión en las invocaciones ultrarrománticas con admirable técnica y, sobre todo, la acentuación de un contraste que subraya el ideal estético de dos siglos, el XVIII de Mozart y el XIX. Una auténtica posesión del arco, de su fuerza o levedad, de sus ataques arrebatados y un punto heroico alternado con el lirismo melancólico inseparable del autor, fue el fundamento de la sonoridad casi provocadora de los dos intérpretes, identificados en un impulso que basta por sí solo para sonorizar la pasión romántica. Extraordinaria versión, recibida con bravos.

El Súbito de Lutoslawski, el mejor compositor polaco después de Chopin, sonó como una secuencia de truenos y arcoíris; en realidad una agresiva parodia, muy siglo XX, de la dinámica de las masas informales en fortissimo y las etéreas nubes del canto melódico. Un trabajo perfecto del violín en ambas esferas, con abigarradas masas, irónicos Gradus ad Parnassum del pseudocanto, perfectas dobles cuerdas y dominio de los armónicos extremos.

Finalmente, la bellísima Fantasía en do, D.934 de Schubert cerró la sesión en clima de entrega total de la sala. La nobleza del canto, tan similar y cercana al mejor liederismo, acreditó de manera definitiva la sensibilidad de un violinista formidable. Durante el tiempo de variación de esta obra fue magistral la delicadeza de aparente segundo plano que supo dar al lied Sei mir gegrüsst D.741 (Yo te saludo),en un memorable juego de transparencias.