La Provincia - Diario de Las Palmas

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Carmen Laforet y Las Palmas

Está próximo a cerrarse el presente año, que es el del centenario de nuestra casi paisana Carmen Laforet, la espectacular ganadora del Premio Nadal de 1944, con su extraordinaria novela Nada.

Es lógico que la efemérides haya pasado de puntillas por esta ciudad, en la que vivió su infancia y su primera juventud.

Wikipedia nos ofrece un breve apunte sobre su existencia, relatando que Nació en Barcelona el 6 de septiembre de 1921, hija primogénita de un arquitecto barcelonés y una profesora toledana. Cuando tenía dos años de edad, su familia se trasladó a vivir a la isla de Gran Canaria por motivos laborales por parte del padre, que trabajaba como profesor de la Escuela de Peritaje Industrial. Allí transcurrieron su infancia y su adolescencia. Después nacieron sus hermanos Eduardo y Juan, con los que según la autora siempre se llevó bien.​

Al fallecer su madre, su padre se volvió a casar y Carmen nunca llegó a tener buena relación con su madrastra. La autora regresó a la península en 1939 para estudiar Filosofía en Barcelona, y allí vivió tres años. Luego se trasladó a estudiar Derecho en la Universidad Central de Madrid, pero nunca terminó las carreras comenzadas.

Saliendo de Wikipedia, en 1944 la autora de Nada era prácticamente una desconocida en esta ciudad, pero la efemérides me ha hecho retroceder en el tiempo y traer a colación los recuerdos que quedaron de su familia en esta ciudad, tras el paso de los años.

El padre de Carmen se llamó Mariano Laforet Altolaguirre y, tal como recoge la nota transcrita, fue Catedrático de Dibujo en la Escuela de Peritos Industriales, y también del Instituto de Enseñanza Media, entonces único en esta provincia y cuya sede ocupa actualmente otra institución de enseñanza, en la misma calle de Canalejas.

Don Mariano fue un profesor del que se hablaba entonces mucho entre la grey estudiantil de Las Palmas.

En aquella época, los alumnos de los diversos centros de enseñanza cotilleaban todo lo que podían entre sí. Los contactos estaban reducidos a los campeonatos escolares de fútbol y al encuentro ocasional, en cada barrio, de estudiantes de los distintos centros, públicos y privados, acerca de los cuales cambiábamos chismes inocentes. También íbamos a la calle León y Castillo a ver pasar la guagua de las alumnas de las Teresianas o de las Dominicas, a las que gritábamos como poseídos y les tirábamos chapas de botellas, u otros proyectiles inofensivos, cuando el vehículo se detenía en la esquina, por ejemplo, de la calle Obispo Rabadán, sede del Colegio entonces llamado del Corazón de María, hoy Claretiano.

De don Mariano se decía que hablaba muy afectado, pronunciando despacio y con énfasis todas las letras, lo que le situaba en las antípodas de sus juveniles oyentes, que lo imitaban constantemente, incluso cuando hablaban con los alumnos de otros centros, todo lo cual le hizo ampliamente conocido.

Era también muy exigente en la presentación de los dibujos que marcaba o de otros ejercicios. Si veía un pequeño raspado en un ejercicio de dibujo lineal comenzaba a corregir de viva voz, para que todos lo oyeran: «Cochino, cochino, ¿como se atreve V. a presentarme un ejercicio tan sucio? Váyase con él y repítalo dos veces?»

Tal vez a él, aparte de a Néstor Álamo, se debe esa curiosa torre de piedra de lava que todavía hoy se alza en la playa de La Laja.

Desde luego, en esa playa tuvieron una casa y Carmen Laforet seguro que tenía muchos y buenos recuerdos de ella.

El arranque de Nada es espectacular. Quien sepa lo anterior, al abrir Nada y comenzar su lectura, siente un cosquilleo, pues le parece ver a una chica canaria que acaba de llegar a Barcelona para inicar una nueva existencia, lejos de la tierra de su feliz infancia.

Valgan estas líneas para recordar a esta malograda escritora, que pronto se encerró en casa con sus demonios dentro, en Barcelona, pero que vivió entre nosotros tal vez los mejores años de su vida.

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