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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

El retrete en la historia

Imagine que para hacer sus necesidades fisiológicas, la mitad de su familia no pudiera utilizar el lavabo y tuviera que conformarse con hacerlas en cualquier rincón cerca de casa. Pues esto es justo lo que ocurre a media humanidad. En pleno siglo XXI, hay 3.600 millones de personas que no disponen de un sanitario en condiciones.

La falta de un servicio tan básico tiene consecuencias nefastas, porque las deposiciones se acumulan y acaban contaminando el agua potable, los ríos, los mares, las tierras de cultivo... y, además, los restos humanos se convierten en un foco de infecciones y enfermedades que pueden ser mortales. Es por esta razón que Naciones Unidas escogió el 19 de noviembre como Día Mundial del Retrete. Según este organismo internacional, por cada dólar invertido en saneamiento se ahorran cinco en asistencia médica. De hecho, las generaciones más veteranas de nuestro país recuerdan perfectamente lo que implica crecer sin inodoro en casa. Tanto la gente que vivía en las zonas de barracas de las áreas suburbiales como los que lo hacían en las casas de payés, donde solo había una comuna o, en el peor de los casos, se tenía que ir a hacer las necesidades en el establo con los animales. Era bastante parecido a lo que había habido en épocas más antiguas. Por ejemplo, en la época romana, en los edificios de los baños públicos había un espacio a tal fin. Era una sala grande con unos bancos con agujeros donde se defecaba en grupo, sin intimidad alguna. En Pompeya todavía se conserva y, cuando se visita, es inevitable no imaginar el constante concierto de ventosidades ni el nauseabundo mal olor que debió de salir de esas cuatro paredes.

Durante la Edad Media, las cuestiones relacionadas con el cuerpo quedaban más delimitadas al ámbito de la intimidad, porque el cristianismo hacía una lectura moral de todo lo relacionado con el cuerpo. O sea que la gente expulsaba sus cosas en casa y por eso acabaron diseñando muebles a tal fin. En la casa-museo de Händel que hay Londres, en el dormitorio, junto a la cama, se expone el que utilizaba aquel famoso compositor. En algunos casos estos utensilios se escondían dentro de un armario que se llamaba water closet. De ahí que, aún ahora, la abreviatura universal de los servicios sea WC.

La gran transformación llegó entre los siglos XIX y XX, cuando se perfeccionaron los sistemas de alcantarillado y las autoridades empezaron a preocuparse por el tratamiento de los residuos de las áreas urbanas. Y sobre todo porque se introdujo el agua corriente. Evidentemente, los primeros beneficiados fueron los miembros de las clases más altas, que tenían dinero suficiente como para pagar y mantener este tipo de instalaciones. En este sentido, es paradigmático el caso de la reina Victoria de Inglaterra. En 1860 se instaló un aseo privado en sus aposentos del castillo alemán de Ehrenburg, donde solía pasar los meses del verano. Nadie más que ella podía utilizar ese retrete.

A pesar de que la innovación tecnológica se desplegó a finales del siglo XIX, lo cierto es que la humanidad llevaba ya tiempo dando vueltas a la manera de conseguirlo. El primero que lo estudió de forma seria fue un inventor nacido en el siglo XII llamado Ismail Al-Jazari. Este hombre, que vivía en una zona de Mesopotamia que actualmente corresponde a Turquía, escribió El libro del conocimiento de dispositivos mecánicos ingeniosos, donde presentaba un centenar de creaciones en las que a menudo el agua tenía un papel destacado a la hora de hacer mover los utensilios. Uno de ellos era un sistema para facilitar agua limpia durante las abluciones que deben seguir los musulmanes para sus rituales religiosos. Habitualmente la gente compartía la misma agua, pero este inventor, a pesar de no tener los conocimientos de biología actuales, ya intuía que eso podía ser una fuente de transmisión de enfermedades. Para evitarlo diseñó un sistema de conductos conectados a una cisterna que se llenaba y se vaciaba cada vez que alguien utilizaba el agua, al igual que lo hacen ahora las actuales cisternas que tenemos en las casas del primer mundo. Y es que, aunque sorprenda, la historia también tiene su papel en el inodoro.

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