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Carlos Gómez Gil

Observatorio

Carlos Gómez Gil

¿Por qué hay tantas diferencias en la vacunación?

Europa vuelve a convertirse en foco de preocupación por el repunte de la pandemia de covid-19, con el registro de un importante crecimiento de casos en numerosos países y la vuelta a decisiones sanitarias duras que se creían ya superadas, al aumentar las hospitalizaciones y fallecidos. Al mismo tiempo, diferentes gobiernos europeos están adoptando medidas muy estrictas contra aquellas personas que no han querido vacunarse, especialmente trabajadores sanitarios y de la administración pública, llegando incluso a plantearse el expulsarles de sus trabajos si finalmente no acceden a inmunizarse, avanzando la exigencia del pasaporte de vacunación para el acceso a espacios públicos.

Y en medio de este escenario preocupante, nos preguntamos, ¿por qué hay tantas diferencias en las tasas de vacunación entre unos países y otros? ¿Qué razones han llevado a que España sea el país europeo con tasas más altas de vacunación contra el covid-19 en su población? ¿Por qué una mayoría de ciudadanos del este de Europa no se quieren vacunar y presentan cifras tan sombrías de incidencia de la pandemia? Son preguntas sumamente interesantes que necesitan, sin duda, del concurso de diferentes disciplinas para su comprensión, pero que se pueden tratar de responder desde una perspectiva sociológica y de las ciencias sociales.

Comencemos señalando algo muy importante, que nos afecta a todos y de lo que podemos sentirnos orgullosos: la campaña de vacunación contra la covid-19 ha funcionado magníficamente en España, y de manera bastante homogénea en todas las comunidades autónomas. Contar con una de las tasas más elevadas de inmunización ha sido posible gracias a que los responsables políticos han hecho bien su trabajo, a que el sistema sanitario y sus profesionales han demostrado una alta capacidad técnica para llevar a cabo un reto tan complicado en todo el territorio, al tiempo que los sistemas sanitarios de las comunidades autónomas han demostrado su implicación al margen de colores políticos. Y también, por unos ciudadanos que han acudido a vacunarse en masa, atendiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias. Y todo ello ha funcionado al mismo tiempo, como la maquinaria de un reloj.

En un país tan dado a la bronca y al enfrentamiento, en el que la oposición ha utilizado sistemáticamente la pandemia en su lucha partidista diaria, donde nos cuesta tanto reconocer los éxitos colectivos, tenemos que empezar a creernos que la vacunación ha funcionado muy bien y es el fruto de un trabajo colectivo bien hecho. Y eso no significa, ni mucho menos, que estemos ya fuera de cualquier posible incidencia negativa de una pandemia cuyo avance, en ocasiones, nos desconcierta.

Haber sido uno de los países más dañados por el covid-19 en sus inicios nos hizo comprender la gravedad de esta pandemia, llevando después a muchos jóvenes a vacunarse para proteger a el resto de la familia con la que conviven. En este caso, la fortaleza de las redes familiares en España ha jugado a favor de la vacunación. Pero también la confianza en nuestro sistema sanitario y en sus profesionales ha facilitado la extensión de la vacunación, atendiéndose las indicaciones sobre medidas sanitarias, de higiene y distanciamiento social en niveles muy altos de la población. Países europeos como Dinamarca, Alemania o Suiza están volviendo a implantar la mascarilla en lugares públicos, mientras que aquí se mantiene en espacios cerrados, habiéndose suprimido su obligatoriedad al aire libre, a pesar de lo cual, vemos a muchas personas que la siguen llevando incluso guardando la distancia de seguridad.

Sin embargo, resulta muy llamativo que países tan avanzados como Alemania, Suiza, Francia o Reino Unido no alcancen el 70% de la población con la pauta de vacunación completa, mientras que en España estamos ya por encima del 80%. Por no hablar de Europa del este, con países como Rumanía, con unas tasas del 21%, Bulgaria, con un 26%, o Polonia, con un 53% de población totalmente vacunada, y donde las cifras de contagio y hospitalizaciones son similares a las de los primeros meses de la pandemia.

En países del centro y norte de Europa, los movimientos antivacunas disfrazados en muchas ocasiones de falso ecologismo, como sucede en Suiza o Alemania, han rechazado el proceso de vacunación y hasta las medidas sanitarias dictadas para contener la pandemia. Es esta población adulta no vacunada es el principal foco de extensión de la enfermedad en estos países y sobre ellos se movilizan unas autoridades sanitarias que no saben qué hacer para lograr que se inmunicen. En Suiza, por ejemplo, se están organizando vacunaciones puerta a puerta para convencer a los reticentes, con el enorme coste en recursos que ello supone.

Pero las circunstancias en Europa del Este son distintas y llamativas, saltando las alarmas por la gravedad de su situación sanitaria, mientras las vacunas se estropean en las neveras por falta de receptores. Estos países tienen una falta de credibilidad absoluta hacia sus instituciones y sobre la sociedad en la que viven tras el paso del comunismo al capitalismo, siendo el caldo de cultivo para la desinformación, los mensajes dañinos de sacerdotes ortodoxos y la actuación de redes clandestinas que han hecho un sustancioso negocio de la falsificación de certificados de vacunación.

La confianza que la sociedad en España tiene sobre sus instituciones sanitarias y sus profesionales se ha convertido en un instrumento muy valioso para abordar la pandemia de covid-19, algo que debemos valorar.

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