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Carmen Martínez-Fortún

La curiosa impertinente

Carmen Martínez-Fortún

Trágala

He leído en diversas fuentes que la ministra Díaz, bajo su apariencia dulce, su peluquería carísima que yo alabo y a Irene Montero desquicia, su ademán sosegado, su sonrisa perpetua y su voz de pija, oculta nula tolerancia y gusto cerrado por el trágala, o sea, por obligar al otro a lo que ella quiere. No tendría por qué creerlo, como no me creo las barbaridades sin pruebas sobreÁbalos, pero es que Díaz demuestra cada día que a sus oponentes les escucha con mucha atención y les dice no a todo. Luego no es que ella no haya querido negociar, son los empresarios los que se han ido porque no aceptan sí o sí las condiciones del gobierno. Yolanda Díaz es una apisonadora rubia y sonriente y hay maledicentes que murmuran su deslealtad con Sánchez, pero para mí es el icono perfecto de todo un modo de gobernar escasamente democrático que se impone sin más, muchas veces sin llevarlo siquiera al Parlamento, en contra de la opinión, las creencias y las convicciones de una parte muy significativa del pueblo español.

Trágala en la Educación, sin ley y por decreto, cuando la nueva ministra, sin contar con los profesores en los que dice apoyarse, elimina las pruebas de recuperación en la ESO, amén de otras ocurrencias devaluadoras de la formación, aunque no nuevas, como permitir titular con suspensos.

Trágala en Igualdad, o en lo que sea, con ese indulto a medias de Juana Rivas en contra del Supremo, tomándose la Justicia por su mano en nombre de un feminismo sectario, siempre adusto, siempre contra el hombre –malo por definición– o reformando la Ley de Seguridad ciudadana con disparates variopintos como permitir las manifestaciones espontáneas, pero amenazando con penas de cárcel a quienes lo hagan delante de las clínicas abortistas.

Está demostrado históricamente que un país no puede avanzar sobre un trágala continuo sino sobre el consenso. Un consenso que tampoco existe en otros grandes temas, como son la energía o la fiscalidad. Por no hablar del derecho a la vida, la memoria o la cruz. Y así andamos, en constante anhelo del acuerdo y la sensatez que nunca llega.

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