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Luis Sánchez-Merlo

El tremor cubano

La imposibilidad de evitar que los ciudadanos de la isla decidan su futuro

Una generación de jóvenes artistas, intelectuales, historiadores, cineastas… agrupados en Archipiélago, la plataforma de acción ciudadana que cuenta con 30.000 seguidores en Facebook (FB), aspira a convertirse en uno de los impulsores de un cambio pacífico en Cuba, difundiendo sus ideas a través de Internet.

Cuatro meses después de la protesta civil del 11 de julio, la plataforma publicó un anuncio en FB -mezcla de audacia con ingenuidad- en el que convocaba La Marcha Cívica por el Cambio, con dos objetivos: libertad de presos políticos y búsqueda de una «solución democrática al problema nacional».

Encabeza el movimiento un joven dramaturgo, recién llegado a España procedente de Cuba, tras haber sido acosado por el aparato del régimen que, después de no dejarle salir de su casa ni acceder a Internet el día de autos, 15N, parece haber preferido quitárselo de encima.

Fue uno de los fundadores de Trébol Teatro que, renuente a las tácticas de intimidación, explicó su presencia en Archipiélago y el modo de empleo: «Creo que el papel del arte es despertar. Tenemos que sacudir las cosas para que personas con dignidad que forman parte de esta sociedad decidan cambiarlas. Hay que quitarse las máscaras y enfrentar al poder. No hay más tiempo. Nos toca a nosotros lograrlo».

La protesta que no existió, por el empeño en sofocarla, sin ahorrar un arsenal de medios (policías uniformados, agentes de seguridad del Estado vestidos de civil, simpatizantes del Gobierno con carteles de piquete), estaba programada para el mismo día en que, -con el 70 por ciento del país totalmente vacunado- se levantaban las normas de cuarentena, volvían los turistas -después del cierre por la pandemia- y los niños volvían a la escuela.

Demasiados eventos como para añadir desfiles de paseantes ataviados con ropas, sábanas y flores de color blanco, rematados con cacerolazos al caer la noche. De modo que, ante la militarización de las calles, los convocantes se quedaron en casa y optaron por extender la marcha cívica hasta el 27 de noviembre. Es sabido que el miedo a la represión desactiva el activismo y como decía Ignacio de Loyola: «En una fortaleza asediada, cualquier disidencia es una traición».

Las manifestaciones del pasado 11 de julio -sin precedentes en 60 años- se gestaron también en un grupo de FB, La Villa del Humor, apelativo con el que se conoce a la ciudad de San Antonio de los Baños, sede durante muchos años de la Bienal Internacional del Humor.

De ese municipio -albergue de la base aérea militar más importante de Cuba- partió una manifestación espontánea, formada por miles de residentes, más preocupados por la comida que por la democracia, indignados con los apagones de luz, cortes de agua y falta de medicinas.

La ola de muertes por la pandemia contribuyó a impulsar lo que empezó como muestra de hastío y trocó -al grito de «Patria y Vida»- en una inédita exigencia de libertad, que se extendió como la pólvora por las 62 principales ciudades cubanas.

Poco tardaron los guardianes de la ortodoxia en apagar la llamarada, con el balance -según Cubalex, ONG de defensa de derechos humanos- de un muerto, decenas de heridos y miles de detenidos, de los que cientos siguen en prisión.

Como escribió Silvio Rodríguez en su blog: «Los gatos salieron de casa a ver que hacían los ratones».

La estrategia de supresión total de la manifestación, con objeto de sofocar la disidencia, fue la apuesta de quien, desde 1976, ocupa la presidencia del país. Miguel Díaz-Canel, cubano descendiente de asturianos, que por primera vez no se apellida Castro, no estuvo en Sierra Maestra y no es militar.

En su primer discurso como presidente, desplegó el ardor del neófito: «Cuba no hará concesiones ni aceptará condicionamientos», y en este ejercicio meritorio insoslayable, el ingeniero (electrónico) simplificó la magnitud de la oposición a la que se ha enfrentado este año su Gobierno -sin parangón en la historia de Cuba desde la revolución- y tachó la irrupción de Archipiélago de: «Caballo de Troya para un cambio de régimen respaldado por Estados Unidos».

La represión de las manifestaciones pacificas es una elisión de la libertad de expresión. Un Gobierno que no permite que cualquier discrepante salga a la calle está impugnando rudimentos básicos de la democracia. Condenar a diez años de cárcel a alguien acusado de lanzar una piedra -incluso sin pruebas- no contribuye a evitar la erupción de un volcán.

Hasta 2018, en que el Gobierno autorizó el servicio de datos 3G en los teléfonos inteligentes, los cubanos han vivido en un prolongado apagón, al margen de los avances con los que Internet ha ido transformando el mundo.

Aunque el servicio -sujeto a censura gubernativa- sigue siendo prohibitivo para la mayoría de la gente, es un salto cualitativo en comparación a cuando los cubanos consumían Internet físicamente, a base de intercambiar memorias USB y discos duros que almacenaban contenidos pirateados, de contrabando.

Si bien Cuba es el único país del mundo, por dimensión y cultura, que puede dar el salto a lo digital sin transiciones, hasta hace poco solo un 5% de los cubanos tenía acceso a la red.

La recomendación, en 1960, de Lester Mallory, subsecretario de Estado de la administración Eisenhower: «Privar a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno», ha eternizado el embargo y sumido a la población en el infortunio.

La idea romántica del régimen -incompatible con amenazas, interrogatorios, cortes de internet, represión, cortes de comunicación, expulsión del país, cárcel- se va desmoronando.

Habituada a la escasez -desde la falta de alimentos y medicinas hasta las libertades- Cuba ha vuelto a perder otra oportunidad. La utilización de los viejos remedios contra el intento pacífico de una población batida por el desaliento solo contribuye a arruinar la esperanza de un pueblo sin libertades, que lleva tanto tiempo inmerso en la pobreza.

Para medir el tremor -temblor que ya ha empezado- será preciso alcanzar un consenso para que los cubanos puedan decidir su futuro de forma soberana. A pesar de los bloqueos de todo tipo y con la ayuda de Internet, los jóvenes de La Villa del humor y Archipiélago no se van a rendir.

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