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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

No vacunados

La resistencia de la pandemia y su reaparición como una nueva ola en países como Austria y Alemania, más la certeza de que en la negación de la vacuna está la causa, ha abierto un debate bioético: ¿restricciones para todos o sólo para los no vacunados? La exigencia del pasaporte covid para entrar en locales de ocio o en sedes de instituciones públicas, o bien la demostración de la vacunación en el entorno laboral son, entre otras, algunas de las medidas que se aplican desde hace tiempo en países como Italia. Los austriacos han ido más lejos: vacuna obligatoria para todos para atacar el negacionismo, y hasta el confinamiento selectivo para los que se nieguen a la inmunización.

Sin llegar a las cifras de no vacunados que existen en estos países ni a los casos que allí se producen, el asunto todavía no se ha convertido en España en un tema de solución acuciante, sobre todo porque aquí no ha cuajado el negacionismo. En las Islas crecen los casos, pero sin que aún se pueda hablar formalmente de la consolidación de una nueva ola del coronavirus.

Queda en el aire, pendiente del Consejo Interterritorial previsto para diciembre, cuáles y cómo serían las restricciones a aplicar de cara al crecimiento del ocio durante las fiestas navideñas. En todo caso, las autoridades observan de cerca los movimientos que se producen en el exterior en este sentido, principalmente porque las limitaciones selectivas serían menos dañinas para la economía. Otro aspecto delicado es la recepción de turistas de países emisores con altas cifras de contagio, dado que ante la espiral de ascenso a la que están sometidos sus lugares de origen no cabría más remedio que aplicarles con rigurosidad extrema el mostrar el certificado de vacunación. Un trámite no exclusivo para la vía área, sino también para las llegadas de cruceristas al Puerto de La Luz, y para el checking en la entrada de los hoteles

Pero el meollo del problema no está ahí, puesto que son protocolos sanitarios que fueron aplicados en los momentos más dramáticos. La cuestión es si un gobierno puede o no obligar a la vacunación o, como propugnan algunas voces contra el negacionismo, no negar la atención sanitaria a los que contraen el virus por el rechazo de la dosis, pero que la asistencia recibida por el sistema público sea costeada con los recursos del paciente. Del otro lado, expertos en bioética consideran mejor ceñirse a la pedagogía y a la concienciación a favor de la inoculación contra el contagio, y evitar métodos coercitivos que contribuyen a la polarización de la sociedad. Una vertiente conciliadora o de respeto que no comparten aquellos que ven tras el movimiento negacionista un objetivo claro: la dispersión del contagio como arma para desprestigiar el éxito alcanzado por la vacunación. No se trata del caso del España, donde existe un porcentaje muy alto de vacunados -un 90% frente al 67% de Alemania y el 66% de Austria-, una prueba de que los argumentos negacionistas fracasan y que las campañas de vacunación han conseguido el objetivo esperado.

Los no vacunados politizados, por diferenciarlos de los que no se ha inoculado por razones como la pobreza o la marginalidad, constituyen ahora mismo un gran problema para países que superan a España en su proceso de modernización social, cultural y de mayor tradición democrática. El arraigo, por ejemplo, de la homeopatía constituye un arma contra las vacunas en sitios como Alemania. Enfrente, la conexión que hay en este país entre la sanidad pública y los ciudadanos beneficiados, y de paso entre las ideas que sostienen a dicho sistema y los intereses de las personas. Sin este nexo, probablemente los mensajes para vacunarse no hubiesen alcanzado la credibilidad y eficacia lograda.

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