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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Curb your enthusiasm

Después de más de treinta años uno está hecho a todo, así que en realidad en quien pienso es en la gente que tiene que soportar esto sin excusas profesionales. Todos los partidos son una patria, una iglesia y una tribu. Al menos siempre ha sido así desde los heroicos años en los que se pretendía cambiar la realidad social a través de procesos revolucionarios. El patriotismo de partido era, para el militante, una obligación eucarística. “Nuestra casa no son los ayuntamientos ni las diputaciones”, recordaba Toglietti a los camaradas en la Italia de mediados del siglo XX, “nuestra casa es el partido”. Todo esto había quedado bastante arrinconado en el tránsito del siglo. Al parecer las burocracias partidarias habían terminado asumiendo su papel de entidades parainstitucionales y vehículos de intereses interclasistas. La retórica romántica de los partidos se había derretido sobre la desintegración de la épica de la transformación social.

La cosa ha cambiado. Sobre todo en la izquierda. Hace veinte años la forma-partido parecía en declive como instrumento de participación política, fuertemente cuestionada desde la izquierda misma, y los sindicatos se reducían a reliquias decorativas. Pero hoy, en la nueva ola de romantización de la política, el partido, -- que es exactamente eso, una burocracia trufada de malas praxis --se ha transformado en un personaje del nuevo relato sentimental que es la política. El caso de Pedro Sánchez como líder del PSOE está implicado con su propia aventura personal: se presentó como el candidato de las bases aniquilado por la oligarquía del partido. En el origen fundacional del pequeño mito de Sánchez está precisamente la apelación a la soberanía de los militantes como dueños del destino del partido.

Se suele acusar al PSOE de blanquear desvergonzadamente esto o aquello. En realidad lo mejor que blanquea el PSOE, a lo que dedica sus mayores esfuerzos de su propaganda, es a blanquearse a sí mismo. A una persona adulta, incluso a una persona adulta que haya votado mayoritariamente al PSOE, este chorreo sin clemencia comienza a ser agotador. El PSOE es un vector de modernización, ha traído todo lo bueno detectable en este país, representa una garantía contra la corrupción. El PSOE siempre e invariablemente ha defendido el orden constitucional y las libertades públicas. El PSOE nunca ha tenido nada que ver con el Gobierno de Canarias y qué injusta la persecución a la que se sometió a Blas Acosta y tal. El PSOE crea puestos de trabajo y garantiza derechos. El PSOE es el principal muro de contención contra el fascismo y dobla la cerviz a los poderosos y siempre resuelve sus cuitas internas a través del diálogo constructivo. Bueno, ni una sola de estas frases es enteramente cierta. Ni una sola. Incluso puede decirse que PSOE estuvo directamente implicado en un golpe de Estado (1934) contra el por entonces muy derechista pero perfectamente legítimo gobierno de la II República. Puede decirse que el PSOE perdió su principal granero electoral, Andalucía, por la agusanada corrupción política que terminó sentando en el banquillo a dos presidentes de la Junta, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, ambos, en distintos periodos, presidentes del Partido Socialista. Después de casi 14 años en el poder el PSOE dejó tres millones y medio de desempleados y una tasa de paro superior al 20% de la población activa. La mayoría –aunque por poco – de los alcaldes condenados por delitos asociados a la corrupción en Canarias son socialistas.

El PSOE, como herramienta política de cambio y transformación, también tiene luces poderosas y grandes contribuciones a la modernización del país. Pero como ocurre con todas las grandes organizaciones políticas, su legado es complejo, irregular y lleno de claroscuros. Sus cachorritos actuales – y hay cachorritos cincuentones ahora mismo en el PSOE – deberían moderar su entusiasmo. En el mejor de los casos son ustedes como nosotros, los votantes, y no veo en ello ningún motivo de orgullo.

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