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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Dos años perdidos por el PP

María Australia Navarro anunció ayer lo que se sabía desde hace meses: abandonaba la desteñida púrpura del PP de Canarias con el convencimiento de que en el próximo congreso regional –que se celebrará en enero– sepa dotarse de una nueva dirección «más adaptada a los tiempos» o algo así. No contó la segunda mitad de lo ya sabido: que Génova ha bendecido la operación de sucesión, con Manuel Domínguez, alcalde de Los Realejos y diputado regional, como presidente por goteo y muy probable candidato presidencial en las elecciones autonómicas de mayo de 2023. Pero con matices, por supuesto.

Domínguez ha sido un buen alcalde en Los Realejos y como presidente del PP tinerfeño ha gestionado la organización con el mínimo de esfuerzo necesario. Políticamente Domínguez es un convencido entusiasta del principio de no buscarse problemas, así que, salvo obviamente en Los Realejos, deja hacer y deshacer a los equipos municipales del PP. Un ejemplo cercano es en La Laguna, en cuyo ayuntamiento los concejales conservadores tratan al alcalde Luis Yeray Gutiérrez como al sobrino favorito de la familia, en justa correspondencia a los mimos y caricias («¿y cuántos liberados dicen que necesitan?») que les prodiga el joven socialista. En realidad el PP apenas hace oposición en Tenerife. Todavía está reconociendo la topografía y los vinos de la Isla. Por eso los rumores insisten en que Domínguez tendrá como secretario general a Poli Suárez. Un secretario general que seguirá siendo simultáneamente presidente del Partido Popular de Gran Canaria y que tendrá competencias reforzadas en materia organizativa y electoral, no solo para contentar sus propias y bastante considerables ambiciones, sino para tranquilizar a cargos y cuadros de la organización grancanaria, algunos de los cuales siguen insistiendo en que el grueso del apoyo electoral del PP radica en Gran Canaria y que lo de Domínguez resulta una irritante anomalía.

El PP canario se encuentra en una grave tesitura que además está inscrita en su propio perfil histórico: jamás se ha pensado y reconfigurado como una organización política con una mínima autonomía frente a la dirección nacional, como lo intentó (y consiguió) Núñez Feijóo en Galicia y lo intenta ahora Moreno Bonilla en Andalucía. Es inimaginable un PP canarista; a veces cuesta incluso trabajo reconocerlo como autonomista sincero y verdadero. Uno escucha a un diputado, un consejero o un concejal «popular» canario y siempre podría intercambiarlo por un leonés, un levantino o un madrileño. El PP de Canarias carece completamente de identidad, salvo cuando es la de un líder sólido y solvente, y eso únicamente ha ocurrido con José Manuel Soria, que llegó a ganar las elecciones en Canarias en 2011, aunque no gobernó al pactar CC y el PSOE. Una vez desaparecido Soria sus sucesores se han deslizado hacia la irrelevancia. Asier Antona quiso reproducir el acuerdo entre socialistas y conservadores de La Palma a toda Canarias, y se encontró con la negativa rotunda de Génova; María Australia Navarro se ha resignado a contemplar sin melancolía los restos del naufragio y a barajar con el mayor tino a su alcance los análisis y argumentarios que se les envía puntualmente desde Madrid. Y, por supuesto, ese es el problema: el PP es la delegación madrileña por excelencia del ecosistema político canario. Mucho más que el PSOE en estos tiempos sanchistas, que ya es decir. Se me antoja muy poco comprensible que se coloque como mascarón de proa de un navío tan tocado a un señor sin duda muy correcto y cumplidor, pero definitivamente grisáceo e inconvincente, tan imbuido en las virtudes del liderazgo creativo como en la arcana matemática de la pintura cubista. Han sido casi dos años y medios miserablemente perdidos por María Australia y su equipo. Dos años y medio de decadencia, despiste y cansancio sobrevenido. Se podría hacer peor, seguro. Pero no me imagino cómo.

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