La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

La interminable memoria

No es novedad si digo, porque fueron tantas las víctimas y el dolor causados por la dictadura que, cuando usan la palabra dictadura fuera de su verdadero significado, en cualquier contexto y al margen de su gravedad, como ariete político, sobre bases interesadas, por notoriedad ideológica, usándola falsariamente, de forma infame y desvergonzada, ¿no es cierto que desprecian de seguido al pueblo español? Que lo desprecian por el hecho de que el pueblo español la sufrió, y cómo. ¿No es cierto que minusvaloran las penalidades y atrocidades que sufrieron al presentar de forma tan frívola una conducta administrativa o decisión política, en una democracia representativa, como si fuera una dictadura o, como en el caso español, tachándola de franquista?

Al presentar así la dictadura, aquellos que no la vivieron como tragedia, no todas las generaciones actuales la sufrieron, de su misma falta de experiencia real pueden inferir que una dictadura no constituye una forma de gobierno tan terrible y, al definirla tan desmayadamente, son también responsables de darle pábulo, habida cuenta de que ignoran las verdaderas y horrorosas consecuencias de la misma. Y no es descabellado pensarlo así, porque, si se muestra la opresión como algo que no es significativamente opresión, tal como es sin duda la opresión de una dictadura, un escenario de asfixiante falta de libertad, la opresión puede resultarles soportable por cuanto no han sufrido una verdadera opresión. Lo cual me hace sospechar que constituye un error inaceptable para un político que vela por la tranquilidad de los ciudadanos, a no ser que irresponsablemente los desprecie tanto como a sus necesidades. De ahí deduzco que la corrupción del lenguaje político y de las instituciones que forman el Estado constituyen un grave crimen, pues al conducirse así, aquellos que desconocen el verdadero valor de quienes se enfrentaron a la dictadura y pagaron con su vida, puedan tomarla a humo de pajas y tardía e irremediablemente, ojalá no, conozcan su despiadada maquinaria.

Por eso digo que juegan y ponen en liza el patrimonio de los españoles y sus descendientes aquellos que llaman dictadura a lo que no lo es, porque si cualquier forma de administración política, en el marco de una democracia, es dictadura o franquismo, las comparan con las verdaderas dictaduras, para su propia satisfacción. Este es el modo en que el lenguaje político e institucional se corrompe, cuando se desdeña el justo significado de las cosas. Como profesionales de la política, y este es uno de los graves males que aqueja a la política española, la clase política constituye una casta carente, en la mayoría de los casos, de una verdadera profesión, sin conciencia libre para decidir aquello que importa a los españoles, puesto que, dada su dependencia económica de su quehacer político, anteponen a la razón del interés general, a su única profesión, la política, porque fuera de ella, son incapaces de sobrevivir de su inexistente utilidad profesional. Desde luego, no es este un problema menor. Pero por de pronto, doy por sentado, aunque sea mero suponer, sin demostrarlo, que entienden qué es una dictadura, y cómo procede una dictadura, por ello digo que desprecian al pueblo español. Lo desairan con su hipocresía. No obstante, puedo figurarme otras posibilidades, no necesariamente incompatibles con los anteriores, y que sea una manera de presentarse ante la opinión pública ética y democráticamente limpios, sentada la creencia de que su solo contraste les sea favorable.

Con esa forma de hacer política, al fin y al cabo expresan su intolerancia. Si esa intolerancia la trasladan a los partidos democráticamente acreditados, en derecho, ¿no los hace aprendices del mismo mal que dicen exonerar? Más bien, con toda probabilidad, parece que pretenden cubrir su incompetencia, ocultar su desgraciada ineficacia, disimular, porque el sentido de ser gobernantes no es otro que lograr la salud y el bienestar del pueblo, pero, cuanto ponen en práctica, por el contrario, sacan a relucir su oportunismo. Con lo que, de nuevo, vuelven a colocar al pueblo, por quien dicen hacer todo, en la pila sacrificial. Por ello digo que esta clase política profesa un irremediable irrespeto al pueblo español y sitúa los carísimos logros alcanzados en el disparadero.

No es novedad si digo que, si tuvieran en consideración la enorme aflicción que causó la intolerancia de la dictadura, no solo por las víctimas que ocasionó sino por aquellas generaciones pérdidas de hombres y mujeres sacrificados en la hoguera de la historia, harían un alto en el camino en su desprestigio, si es que les queda algo por desprestigiar.

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