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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Montero es de Coalición Canaria

Lo pasmoso no es que hay dimitido al fin – después de ridiculizar la idea de que fuera a dimitir – Miguel Montero como director general de Dependencia en la Consejería de Derechos Sociales del Gobierno de Canarias. Lo realmente alarmante es que Noemí Santana y su equipo de dirección hayan actuado convencidos con que bastaba con meter en el departamento a docenas de funcionarios para que las cosas funcionaran más eficaz y eficientemente. ¿Qué confianza puede merecer una dirigente política que al llegar a una consejería no evalúa sus efectivos humanos, organizativos y tecnológicos para ajustarlos a un conjunto de objetivos planificados? Porque Santana no lo hizo. Santana y sus compañeros creen en una política performativa. Si las cosas se dicen es que ya están hechas. Si CC no sacaba adelante más expedientes de dependencia es porque no quería hacerlo. Para la izquierda patinete querer es suficiente para poder. Por supuesto se dieron una hostia mayúscula y así bendecida al contacto con sus delicadas jetas cayó sobre miles de ciudadanos.

Podemos forma parte –como el resto de los agentes del ecosistema de partidos – del problema de selección de élites políticas. No solo es que haya dispuesto de pocos militantes con capacidad de gestión y un sólido conocimiento de las administraciones públicas o de las pymes isleñas, por ejemplo. Es que en sus procesos internos han resultado victoriosos habitualmente piquitos de oro, coristas de los compañeros más encumbrados o diestros mequetrefes en el arte de activar o desactivar querellas intestinas y zancadillas anónimas. El propio señor Montero, por ejemplo, tiene como experiencia profesional haber sido empleado en una caja de ahorros que luego se transformó en un banco. Pus vaya. No tenía repajolera idea de lo que encontraría en la Dirección General de Dependencia, salvo, a buen seguro, algunas venenosas telarañas nacionalistas. De hecho me han asegurado que el flamante director preguntó amable y discretamente si había mucho empleado filocoalicionero por ahí. Lo primero es lo primero. Luego comenzó a amontonarse el desastre. Montero arrugaba los besos como un conde austrohúngaro cuando alguien osaba criticar su gestión; por las mañanas y las tardes tocaba Twitter como Nerón tocaba el laúd mientras ardía Roma.

En el Parlamento la consejera Santana se mostró singularmente incansable y creativa a la hora de presentar excusas. Como yo padezco la desgracia de asistir a los plenos, en una ocasión sospeché que Santana estuvo a punto de asegurar que Cristina Valido le hacía mal de ojo con una bruja de los altos de La Orotava que siempre había votado por Francisco Linares. Después de meses de quejas se le fueron desviando funcionarios. Pero no se ocupó de disponer de espacios y medios informáticos. Y sobre todo no supieron, ni Santana ni Montero, cómo organizar los equipos de trabajo. Los funcionarios deben ser formados con rigor y rapidez al llegar a un destino temporal y extraordinario, porque no es lo mismo sacar un expediente para comprar un paquete grapas que resolver un expediente que pide ayuda para un caso de dependencia severa. Tampoco se hizo o se hizo muy poco, muy arrastrada e insuficientemente. Las críticas eran el fruto de una conspiración en la que participaban los medios de comunicación, contertulios radiofónicos, el Ku Kus Klan, los sindicatos vendidos al oro de la reacción, Coalición Canaria, el PP, los aficionados a las bolas y a las petancas y, finalmente el propio Gobierno, porque apenas hace un par de días explicó que sucesora, la socialista Marta Arocha, “sí tendrá el apoyo del Gobierno”. Es decir, el Ejecutivo era parte integrante de la conspiración criminógena contra Unidas Podemos, Noemí Santana y el propio Montero, que antes de fin de año descubrirá en su casa un carnet de afiliado de CC con su foto y su nombre. Y ya todo estará claro. Montero es de Coalición Canaria. Cómo iba a hacerlo bien. Y entonces, y solo entonces, dimitirá.

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