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José María Asencio Mellado

Ómicron. Un mar de dudas

Ómicron. Un mar de dudas

La falta de información, que en ocasiones roza la desinformación, y la alarma internacional creada con una urgencia antes no vista con ocasión de la variante denominada ómicron, ha empezado a generar un estado de opinión que expone públicamente dudas y que no se satisface ya con generalidades y decisiones no suficientemente explicadas.

Se ha dicho de todo y nada de la susodicha variante. Pero salvando a la OMS, cuya actuación no ha estado nunca a la altura de las circunstancias, coinciden la inmensa mayoría en destacar que es más contagiosa, más transmisible, pero, a la vez, que sus síntomas son leves en la totalidad de los casos estudiados: dolor de cabeza y muscular, ni siquiera fiebre y que no requiere hospitalización. Ante tales certezas, las que se tienen por el momento, las especulaciones sobre futuros inciertos, sin base objetiva, han dado paso a actuaciones públicas que han llevado el temor a la población y que anuncian no tanto un nuevo confinamiento, si no, y ahí está la cuestión, nuevas vacunas que ya están siendo objeto de estudio. O, como dice la OMS, sin idea de nada como asegura, una actualización de las existentes, esto es, una nueva remesa de ellas tirando al cajón las que hoy se inyectan. Miles de millones en juego.

Porque, si la variante no produce efectos graves e incluso son más leves que los del virus en su modalidad ahora generalizada, el problema no es o no debe ser, nos han dicho para convencernos de la preceptiva vacunación, el contagio, inevitable aunque nos vacunemos, sino el riesgo de enfermedad grave o fallecimiento. O, lo que es lo mismo, si la nueva variante no enferma de gravedad, qué importancia tiene una nueva vacuna que no va a evitar tampoco el contagio si los síntomas no son de esa gravedad que justifica la vacuna.

Todo es tan complicado y todo es tan enrevesado o contradictorio, que es normal que empecemos a dudar de ciertas cosas. No de la enfermedad, por supuesto. Pero sí de las alarmas y de los cambios en los métodos de análisis y en las respuestas públicas.

Nos decían hasta hace poco que con un setenta por ciento de vacunación se alcanzaría la clamada inmunidad de rebaño; luego fue un ochenta; ahora con un noventa tampoco es suficiente, siendo la culpa de los contagios de los no vacunados cuando la vacunación, se ha dicho, no protege de contraer la enfermedad. Es decir, que los no vacunados no constituyen riesgo alguno para los vacunados, que están siempre expuestos a contagiarse, incluso de otros vacunados. Los no vacunados no transmiten más que los vacunados. No contagian, ni se contagian más o menos, aunque, es verdad, se exponen ellos mismos a enfermar más gravemente. El riesgo que asumen es, pues, personal e intransferible. Eso se deduce de lo que dicen. No me lo invento.

Y si lo preocupante es la enfermedad, no los contagios, que la vacuna no evita, cuál es la razón de seguir insistiendo en la incidencia de casos por cien mil habitantes y no en las hospitalizaciones y gravedad ante un virus que parece estacional. Una situación previsible e inevitable y muy por debajo de lo que sucedía hace un año.

Todo se reduce a más vacunas, más presión, más dosis, terceras y ahora una nueva frente a una variante desconocida, pero menos peligrosa con los datos que se poseen, mucho menos que la delta en sus inicios y que no dio lugar a una alarma tan exagerada. Muchas dudas incluso sobre si las vacunas existentes protegen de la ómicron, pero que no impiden que se pongan manos a la obra para fabricar otras en su sustitución. En tres meses, dicen, el problema estará de nuevo resuelto. Y vuelta a empezar. Creo en la vacunación. Que evita la enfermedad grave es incontestable. Por eso no entiendo tantas cosas.

Se cierran fronteras, se anuncian limitaciones para Navidad en restaurantes –otra vez- y se augura un enero casi en estado de confinamiento. Y confinamientos de diez días para los contactos de la ómicron, sin saber qué es y sin datos que avalen un riesgo cierto o con datos que justifiquen tanto alarmismo.

Solo estaría justificado lo hecho si la nueva variante fuera extremadamente peligrosa y las autoridades hubieran decidido silenciar este dato. Y grave sería callar en este caso. Muy grave.

No soy negacionista y estoy vacunado. Opino sobre lo que desconozco asumiendo el riesgo de equivocarme. Los que deciden sobre nuestras vidas y haciendas son políticos tan ignorantes como los demás, demostradamente incapaces incluso de ponerse de acuerdo en una legislación única y básica para todo el territorio nacional, lo que, indirectamente, conduce a tampoco tomarse en serio lo que ellos no afrontan con el rigor exigible.

Hoy por hoy, en fin, hay que llevar un pasaporte covid para unas cosas, no para otras que, aunque claramente más susceptibles de provocar contagios, no comportan esa exigencia que se reduce al ocio y ocio compartido, social y sin distanciamiento. No hay quien se aclare y quien confíe en la verdad, si existe.

La ómicron, ese ser desconocido, va a remover otra vez el mundo con el aplauso y la precipitación de unos políticos acostumbrados ya a las prohibiciones, con el síndrome de verse privados del placer que les infundía cada semana reunirse y decidir límites a los derechos y las libertades.

Poco a poco el miedo se apodera de muchos y cala en una sociedad educada, sobre la base de la falta de una educación rigurosa y crítica, sin apoyo en los principios que constituyeron los pilares de nuestra civilización. La gestión de esta pandemia debe advertirnos sobre nuestro silencio y obsecuencia. El futuro se anuncia hoy en forma de covid y mañana lo hará sobre otra justificación. Muchos empezamos a tener miedo de eso.

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