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Lucas López

Reflexión

Lucas López

La sociedad paliativa

A partir de un centro pionero en el Londres de los 70, las prácticas paliativas han ido ocupando un espacio específico en la medicina. Cubre el vacío que dejaba una medicina enfocada a curar y que tendía a deslizarse hacia el «encarnizamiento terapéutico» cuando fracasaba en su objetivo inicial. La medicina paliativa no daña la vida del paciente, pero procura modestamente mantener el mayor tiempo posible a la persona en contacto con su gente querida. Para eso, usa la farmacología y la mayor humanización posible de la atención para acompañar a la persona enferma.

Byung Chul Han apunta en su libro, La sociedad paliativa, que este concepto coloniza nuestra vida social y cultural. Nuestra cultura comercial y económica, nuestra acción comunitaria y política se rigen por una perspectiva dominada por lo paliativo: el uso de los analgésicos, tanto los farmacológicos como los culturales que están también disponibles en el mercado. En vez de afrontar, nos divertimos o nos adormecemos. En paralelo con la medicina paliativa, en el siglo XXI ya no tratamos de curar o mejorar la sociedad, sino que solo buscamos hacer soportable la vida social, laboral, relacional.

De forma reiterada, desde que, con el nuevo milenio, irrumpiera como fenómeno editorial, el filósofo coreano Byung Chul Han, formado en Alemania, mira nuestra sociedad con profundidad filosófica (y teológica). Sus escritos desvelan las dinámicas culturales que nos van haciendo cada vez más sujetos y objetos de consumo en todos los ámbitos de nuestra vida. Nos cosifican, es decir, promueven que nos comportemos como cosas que interactúan con otras cosas. Nuestras grandes palabras (amor, justicia, libertad, belleza…) serían de-construibles en prácticas utilitaristas equivalentes a las que tenemos con el paisaje, los animales o con cada producto humano. Sencillamente nos comportamos como depredadores (ver Laudato Si’ del Papa Francisco).

Una de esas dinámicas cosificadoras es la adicción a lo «pulido» (piensen en nuestros aeropuertos, hospitales, hoteles), lo limpio, lo esterilizado, lo brillante, lo positivo. Nos incapacitamos de forma creciente para afrontar lo negativo, la enfermedad, el fracaso, el dolor, la derrota, la muerte. Se genera, en términos de Han, «algofobia», miedo a lo que duele o entristece. Ese temor es una fuerza poderosa que se concreta en comportamientos personales, sociales y políticos, como sucede en una serie de prácticas urbanísticas que expulsan la pobreza, los sin techo, la mendicidad de las «zonas bien» de la ciudad, aquellas que nos gusta mostrar. Acumulamos esas imágenes feas en barrios invisibilizados.

Asegura Han, quizás demasiado influido por el contexto alemán en el que escribe, que esta tendencia paliativa nos lleva en lo político a una forma muy peculiar de dopaje: el consenso. ¿Es imaginable un liderazgo político que ante las crisis actuales nos prometa «sangre, sudor y lágrimas»? Por lo general, la presión lleva a las personas que nos gobiernan a no promover las soluciones apropiadas si provocan conflictos que pueden perder, y más bien tratarán de alcanzar consensos que, sin solucionar los problemas de fondo, consiguen un efecto paliativo sobre quienes los sufren. Nos mantienen aletargados.

La psicología abandonó mayoritariamente el análisis de los dinamismos internos y sus causas que pretendían enfrentarnos con la verdad. La psicología actual, por lo normal promueve la construcción del denominado pensamiento positivo para condicionar nuestra cognitividad y reforzar una autoestima creciente. La sociología, por su parte, deja de plantearse como una ciencia crítica que nos ayude a desenmascarar nuestros engaños y se orienta más a facilitar los discursos e instrumentos necesarios para mantenernos felizmente engañados, enganchados a lo limpio, lo brillante, lo pulido.

Cerrando el paralelismo con la medicina paliativa, nuestra cultura ya no pretende sanar o curar, se contenta con acompañarnos mientras se nos va la vida, muchas veces intensos y activos y, sin embargo, dulcemente adormilados.

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