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José María Asencio Mellado

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Casado. Incógnita o certeza

En pocas semanas el PP, encabezado por Casado, ha entrado en declive por causas cuya inteligencia escapa del razonamiento común para adentrarse en esa críptica forma de entender el mundo que solo es comprensible para los políticos. De tener, siempre conforme a los sondeos de opinión, una mayoría absoluta junto a VOX, consolidada y creciendo, ha pasado a perder apoyos haciendo que esas previsiones empiecen a invertirse. Medio millón de votos y sus correspondientes escaños se le han esfumado.

No mucho se le exigía a Casado –que no despertaba pasiones-, habida cuenta el normal desgaste de Sánchez, cuyo gobierno de descoordinación y aliados múltiples le auguraba el descenso a los infiernos. Bastaba que hablara poco, muy poco, porque se trataba de que perdiera Sánchez, no de que lograra Casado una victoria por méritos propios, que debían presumirse y dejarse en esa duda que concede cierta aura que solo el silencio hace más brillante. Intentar demostrarlos no era aconsejable. Los experimentos no son buenos si no están comprobados y pueden salir mal. Era ya un aviso el abuso del elemental sonsonete del “no” a todo sin alternativa –ya conocido en Sánchez-, y una alternativa útil para la razón, no solo para la pasión redentora de quienes necesitan ser redimidos y salvados. Estos no son tantos si bien se mira.

Desatar un conflicto o no saber manejarlo con Ayuso, cuya aceptación popular es notable, solo puede responder a motivaciones internas, en un sentido amplio de la palabra, pero que exponen públicamente la percepción sobre la importancia que cada cual tiene de uno mismo y la seguridad que se espera de un gobernante, enemiga del uso de la fuerza para imponer sin convencer. La apariencia y las formas no se pueden perder y anteponer el propio deseo de autoridad a la imagen pública de un partido que crecía es mala cosa en un país excesivamente cansado de egos e irresponsabilidades, de líderes que quieren serlo sin medir y ser conscientes de sus capacidades y efectos, de caballos desbocados.

La autoridad y la imposición no venden fuera del partido, en el que, como sucede en todos, rigen normas opuestas a la democracia y al convivir normal de la calle. La gente prefiere confiar a obedecer o temer, la calma y el sosiego a la sorpresa, la cesión y el diálogo, a la imposición. Claro está que hay asuntos en los que ceder o ceder en demasía no es bueno cuando es a cambio de caprichos de adolescentes insatisfechos. Porque negociar y ceder merece el aplauso si lo que se vende es lícito y la contraprestación no sirve solo para satisfacerse. Hay límites que los buenos gobernantes distinguen sin gran esfuerzo. Y nuestro gobierno no tiene claras estas diferencias o las supedita a su permanencia, que se torna tan caprichosa y errante como cuantificable es la componenda.

La suerte de Casado es que Sánchez, curtido en mil batallas, no parece –o parecía-, esta vez estar muy convencido de lograr la victoria futura, razón, cabe pensar, por la que se ha entregado con armas y bagajes a quienes le han dado un plazo fijo en el que seguir usufructuando su cargo. Tal vez no era consciente de que Casado le iba a brindar una esperanza de prolongar su éxtasis. De haberlo sido seguramente habría optado por resistir algo más frente a pedigüeños de oficio y haraganes de la eficacia. Sánchez no va a perder esta oportunidad que se le ha brindado. En un año y con los presupuestos aprobados y UP en crisis, veremos a otro Sánchez ocupando los espacios que le ha abierto Casado y reconvertido a la centralidad. Y le creerán si el suicidio del PP se hace indefinido. Más vale malo conocido que bueno por conocer no es refrán que deba caer en saco roto.

El PP se quiere suicidar o al menos herirse. El sálveme yo aunque perezca el mundo, es expresión de debilidad, manifestada en no confiar en nadie y ver enemigos en quienes te pueden hacer sombra. Mala cosa es ésta de conformar gobiernos con quienes son intelectualmente inferiores a quien los preside. Mal augurio de futuro.

Tener poder y necesitar imponerlo demuestra que no se tiene, pues el liderazgo es o debe manifestarse como autoridad moral. Se necesita a quien no imite o reproduzca lo que se rechaza. Y las similitudes entre Casado y Sánchez inquietan en algunas conductas. No solo negó antes también Casado sus orígenes y ascendientes, sino que ahora, imitando a quienes comparten tiempos y liderazgos de barro, quiere cegar posibles luces que apaguen su protagonismo. Un rasgo que no lo diferencia de sus coetáneos adversarios y que desvanecen una alternativa que podría no ser tal, sino, aparentemente, cambio de cromos o de caras.

Este año que comienza será determinante para conocer nuestro futuro y ese futuro está lleno de penumbra si atendemos a los cabezas de cartel en esta feria de las vanidades en que consiste la política del hoy.

El voto, como ejercicio poderoso de entrega de la confianza debe basarse en hechos, en promesas tangibles y esperables y en virtudes contrastadas. Votar con resignación o por reacción no es lo que se necesita en este país. Votar a la contra, por tradición o inquina es traicionar el sentido del voto libre. Votar es un derecho, no una carga o una responsabilidad si los votados no asumen la suya.

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