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Observatorio

Derecho a la vida

Dijo Sócrates a su verdugo: Amigo, tú que tienes experiencia de estas cosas, me dirás lo que debo hacer.

A lo que el hombre contestó: No tienes que hacer más que pasearte, mover las piernas; entonces te tiendes en la cama y el veneno producirá su efecto.

Así diciendo, entregó la copa a Sócrates; él la tomó sin vacilación y bebió el veneno».

Este es el fragmento de la obra Fedón, en la que Platón relata la ejecución de su maestro por ingestión del veneno de Estado, tras haber sido condenado por impiedad y por corromper a los jóvenes.

El principio activo de este brebaje era la cicuta, Conium Maculatum, que contiene el alcaloide coniina o cicutina, una neurotoxina que altera el funcionamiento del sistema nervioso central, causa parálisis y produce la muerte por asfixia, porque el diafragma deja de funcionar. La dosis letal del alcaloide puro es de 0,2 gramos. El efecto que produce es similar al de plantas empleadas por los indios del Amazonas para fabricar curare, sustancia estudiada por primera vez por el médico sevillano Nicolás Esteban Monardes (1493-1588). Pero esta sustancia no solo produce muerte, su estudio sirvió de base para que las compañías farmacéuticas Squibb y Welcome desarrollaran, a mediados del siglo XX, relajantes musculares, base de las modernas anestesias que apenas tienen efectos secundarios y nos ahorran infinitos padecimientos en las operaciones.

Aunque han pasado veinticinco siglos desde la ejecución de Sócrates, hoy sigue habiendo muchos países en los que la pena de muerte está vigente, y en la mayor parte de ellos la forma de ejecución es la inyección letal, que es el proceso más rápido y, en teoría, menos sufrimiento causa al reo. Consta de tres ingredientes que se introducen en las venas, uno a continuación de otro, para evitar que reaccionen entre sí. La muerte, detectada mediante un electrocardiograma, sobreviene en unos siete minutos. El primer ingrediente suministrado es pentotal de sodio o pentobarbital, un barbitúrico de acción extraordinariamente rápida, que deja al condenado inconsciente en unos diez segundos. Las dosis terapéuticas cuando se usa como anestésico oscilan entre 0,03 y 0,5 gramos; la dosis empleada en la inyección letal es diez veces mayor, cinco gramos. El segundo ingrediente es el bromuro de pancuronio, cuyo efecto es similar al de la cicuta y el curare, dado que paraliza los músculos estriados, como el diafragma, por lo que causa la muerte por asfixia. La dosis empleada, 0,1 gramos, induce la parálisis muscular en unos quince o veinte segundos. El último ingrediente es el cloruro potásico, KCl, una de las sales más abundantes en el cuerpo humano cuyo déficit puede causar daños severos, por lo que se prescribe médicamente. No obstante, administrando por vía intravenosa unos mililitros, produce una parada cardíaca de manera fulminante. Era la forma de ejecución más empleada en Irán en la década de 1990, la época más cruel de la República Islámica.

El 10 de diciembre se celebró el Día Mundial de los Derechos Humanos y el primero y más importante de esos derechos es el derecho a la vida. En 2015 fueron ejecutadas legal y oficialmente 1.634 personas, con excepción de las ejecutadas en China, miles de personas cuyo número no es conocido, ni otros datos de las ejecuciones. Desde 2015, según el informe de Amnistía Internacional (AI) de 2020, el número de ejecuciones no ha dejado de disminuir, así como el de los países en los que aún sigue vigente. No obstante, a pesar de los retos planteados por el covid-19, en 2020 hubo 18 países en los que se llevaron a cabo ejecuciones. Este año sufrieron la pena capital al menos 483 personas, el 88% del total de ejecuciones conocidas, solo en cuatro países –Irán, Egipto, Irak y Arabia Saudí–; como en años anteriores, estas cifras no incluyen los miles de ejecuciones que tuvieron lugar en China.

La muerte de Sócrates fue un asesinato de Estado; las muertes de muchos de los condenados en países como China o Irán, no muy respetuosos de los derechos humanos, también lo son. No podemos impedir que los criminales sigan arrebatando vidas, pero tenemos que seguir luchando para que la pena de muerte no tenga cabida en ningún sistema legal. La vida es el bien supremo del ser humano y ningún otro ser humano puede arrogarse el derecho a arrancarla.

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