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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

¿Quién teme al “bobo feroz”?

Desde que publicaba en Egin (“nunca dudé del derecho de los vascos al pleno reconocimiento de su lengua, sus costumbres, sus peculiaridades y su autodeterminación política plural y democrática”) el catedrático de Ética jubilado, y todavía filósofo en ejercicio, Fernando Savater, continúa su largo proceso de evolución hacia el centrismo político imposible en la compañía de Rosa Díez y de otros ilustres. Esta vez, la evolución le ha permitido, al cabo de los años, publicar en la contraportada del diario El País una columna semanal. Yo suelo leerlo (sobre todo en formato periodístico que es más liviano) porque Savater goza de eso que en España se llama una “buena pluma”. Es un hombre culto, ingenioso y mordaz que no rehúye nunca una pelea (dialéctica, por supuesto). En ocasiones consigo mismo por falta de oponentes de su peso intelectual. Dadas esas cualidades, no deja de sorprender que no acabe de encontrar acomodo en ninguna opción política (partido, plataforma o militancia coyuntural) que le satisfaga más allá de una temporada. Creímos que en UPYD y en Ciudadanos encontraría los alicientes necesarios para ejercitar su proverbial mordacidad, pero estábamos equivocados, como casi siempre). Todos los intentos para edificar en ese terreno electoral del centro se han venido abajo y los que compraron sobre plano con la perspectiva de habitar allí hasta la jubilación (y aún después) se encontraron sin piso y sin dinero. Las estafas políticas son incobrables y además suelen terminar con muchas de las amistades forjadas en el inicio de la aventura. El primer mártir de ese proyecto inacabado fue Adolfo Suárez, un falangista atractivo que intentó volar por su cuenta (durante su mandato España no entró en la OTAN, ni reconoció al Estado de Israel y por si fuera poco envió observadores a la conferencia de Bandung de países no alineados). Suárez sufrió la ofensiva más sangrienta del terrorismo de ETA y las primeras maniobras de la voladura desde dentro del partido (UCD) que él mismo había creado para pilotar la transición de la dictadura a la monarquía parlamentaria. La presión desde tantos frentes le resultó insoportable y dimitió. Luego quiso reaparecer con un partido de centro evanescente (CDS), pero los mismos que lo habían apuñalado le cortaron otra vez el paso y le ofrecieron dinero para que se retirase definitivamente de la política. De su electorado se encargó, con mucho gusto, el PSOE durante trece años y medio hasta que apareció en escena José María Aznar, un falangista vallisoletano que, con todo el descaro del mundo, reivindicó para sí el legado centrista del expresidente de la República, Manuel Azaña. El centro se había escorado tanto hacia la derecha que el PSOE de Zapatero, un socialdemócrata moderado, pasó a ser catalogado como un partido revolucionario. Luego apareció Rajoy, otro centrista de ocasión, y surgieron la UPYD de la exsocialista Rosa Díez, y el Ciudadanos de Albert Rivera, que sufrieron crisis de identidad muy parecidas a las de sus antecesores. Y en ese escenario cinegético aparece Savater disparando contra unos lobos entre los que distingue a unos peligrosos franquistas de izquierdas. A los que andamos algo despistados por el monte, el filósofo nos alerta. “Cuidado con los lobos, pero sobre todo ¡cuidado con el bobo feroz!”. Tan mordaz como siempre.

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