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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

¿Quo vadis, tenis meum?

Hacía tiempo que no les daba la brasa con mi deporte favorito. Me perdonarán los que pasan olímpicamente del tenis (por cierto prueba olímpica desde finales del XIX, que lo sepan) pero quisiera fantasear sobre un fenómeno curioso: desde la aparición del tenis moderno se han sucedido los descubrimientos más espectaculares de la humanidad, la televisión, los ordenadores, los vuelos espaciales, y qué sé yo. Sería lógico pensar que la evolución del tenis hubiese progresado paralelamente. Y algo de eso hay, qué duda cabe, pero mucho menos de lo que cabía esperar, y paradójicamente de modo dispar entre el desarrollo del material tenístico y la evolución de la técnica del juego en sí. Veamos. El útil principal del jugador, la raqueta es la que más ha progresado: desde la de madera, arce, roble o láminas prensadas ha pasado a la de metal, posteriormente a la de grafito, la de kevlar, o la de cerámica, de moda últimamente. Al impulso de tendencias más o menos efímeras la hemos visto cambiar temporalmente de tamaño e incluso adoptar fugazmente un doble cordaje que no duró sino unos meses antes de ser prohibido por su estrambótico comportamiento. Y por supuesto que una raqueta más ligera, más rígida y con cordajes cada vez más resistentes había de traer consecuencias. Piénsese que en tiempos del famoso circo Kramer de profesionales, una especie de Harlem Globetrotters del tenis en los años50 y 60, con leyendas como Hoad, Rosewall o Sedgman, tan sólo un jugador, Pancho González, era capaz de sacar a más de 200 km/hora. Hoy día una gran mayoría de jugadores sobrepasan esa cifra, y algunos rozan ya los 240 km/hora. Quitando el salto de pértiga, no creo que haya otro deporte donde haya influido tanto la tecnología moderna en la herramienta deportiva.

Y sin embargo se da la paradoja que la técnica del tenis, el golpeo de la pelota, sigue siendo básicamente el mismo. Por supuesto que se juega más rápido, naturalmente que se imponen ciclos pasajeros, por ejemplo los tiempos del «big game» con el agresivo saque/volea. Y claro que se dan jugadores más rápidos que llevan más lejos los límites del juego, o más altos que consiguen mejorar saques aparentemente insuperables, o de más reflejos que los hacen imbatibles en los intercambios de dobles en la red.

Pero básicamente se dan pocos ejemplos de cambios de técnica. Hay que esperar a Bjorn Borg, en los años 70 para ver la introducción del golpe a dos manos, tan letal en su revés cruzado, y tan popular hoy día, siendo el que se enseña a los niños en las escuelas de tenis.

Por supuesto que han surgido golpes innovadores, pero casi siempre efímeros: Berasategui pegaba el drive con la misma cara de la raqueta que el revés, con tal pericia que llegó a estar el nº 7 en el ranking mundial, Pero no hizo escuela, como tampoco lo hizo por ejemplo el mortífero servicio de Mc. Enroe, completamente de lado y mirando a la tribuna lateral.

Si me apuran, tal vez haya un jugador que recientemente está innovando. Como es natural, los saques «imposibles» a más de 200 km/h están desvirtuando el juego. En Wimbledon ya han modificado el corte de hierba para ralentizar el bote. Pues bien, el ruso Medvedev ha desarrollado una técnica, restando 6 metros tras la línea de fondo, con una gran destreza y envergadura para neutralizar los saques angulados, que ya le permite desafiar a los sacadores de 220 plus, que claudican desconcertados al ver desarbolada su baza ganadora.

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