La Provincia - Diario de Las Palmas

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Realidad imaginaria

Prohibido tocar

Durante décadas la idea de peregrinaje para sacarse una fotografía solía asociarse al Machu Picchu, el Taj Mahal, las cataratas de Iguazú o la torre de Pisa (un subgénero, el más divertido, en sí mismo). Hoy, a una pared rosa.

El fenómeno, desde hace años, es el edificio de ese color de la tienda Paul Smith, en la Melrose Avenue de Los Ángeles. Cada día ese enclave es visitado por infinidad de turistas para hacerse una fotografía sobre fondo rosa (plano) y subirla a Instagram. El edificio no tiene nada de especial, pero por alguna razón se puso de moda entre millones de usuarios que quizás pensaban que uno no encuentra una pared con un color interesante en ningún otro rincón del planeta. Eso, o que esa pared rosa es la prueba definitiva de que no vamos a los sitios por ir, ni por estar, sino por haber hecho la fotografía. Hasta hace relativamente poco, eso se reducía a las reuniones hogareñas con familiares amigos, que soportaban el pase de diapositivas, pero ahora todo el mundo es el público potencial, sin entender que una foto en el sitio al que va todo el mundo es una foto que no le interesa de verdad a nadie.

Siempre hemos ido a las ciudades y monumentos dominados por la ficción. Hemos ido (o soñado con ir) a Nueva York pensando en sus películas y completando cada foto como si fuera un fotograma. Si era la ciudad que nunca duerme, intentábamos no dormir a pesar de estarnos cayendo de sueño. El problema es cuando vas a un sitio por una foto de Instagram y no por una película con una mitología propia y una historia que has sentido como tuya.

Pensaba en la pared rosa (y en la torre de Pisa, que se cae hacia un lado) cuando, tras una noche anterior de conciertos y cervezas, visitaba las instalaciones navideñas del edificio / centro cultural de una famosa marca de coches (vale, me refiero a Casa Seat).

Casitas de chocolate

En el primer y segundo piso los niños pueden pasar entre diversas instalaciones que les chiflan. Sofás columpios, flores tamaño XXL, casitas de chocolate o de chucherías, motos que se recortan sobre el paisaje de Barcelona o una enorme taza de chocolate a la ídem, con una galleta en forma de oso tamaño niño de tres años y un cucharón gigante. Ahí nos hicimos la foto de rigor: con el mayor convertido en el dibujo de Cacaolat y su madre abrazándolo galletaza en mano. Todo estaba bien, y la muchachada parecía feliz, pero yo pensaba en esas instalaciones navideñas en Montjuïc donde hacíamos carreras de sacos y competiciones de colchonetas. Sobre todo cuando llegué al detalle que debería encabezar esta crónica. Un enorme tarro de metacrilato lleno de caramelos y nubes de azúcar (color rosa) con un cartel donde se leía: «No tocar».

Me parece, ese tarro lleno de dulces que deben ver y no tocar los niños, la metáfora de algo que no logro atrapar. Aunque la imagen de las colas de familias delante de cada mini-instalación para la foto de rigor me recordó a esas otras donde podemos ver larguísimas colas en la subida a una montaña célebre o en la Muralla China.

Intentamos, eso sí, dejar la carta de los reyes, aunque el buzón del primer piso tampoco engullía cartas (era de atrezzo). Pasamos un buen rato, hicimos las fotos y recomiendo ir a las familias con críos, pero me fui pensando en esos carteles con un balón de fútbol atravesado por una señal de prohibido en las plazas y también en paredes de color rosa.

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