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El apartamento

A quién se le habrá ocurrido la destructora teoría de que a los niños/as, a partir de una edad, hay que confesarles que los Reyes Magos no son reales? ¡ Allá van los sueños y la magia de la Noche de Reyes¡

Solo por eso, como Oscar en el «Tambor de Hojalata», deberíamos haber tomado la decisión de no crecer. Y si no fuese así, ya de mayores, por lo menos habernos quedado con la fantasía de que Sus Majestades son y que nos traerán todo aquello que hemos ansiado.

Así tendríamos una ilusión anual, un aliciente para ser mejores porque “si no, no hay Reyes” y unas comprensivas personas a quienes poder escribir y contar nuestras cuitas y problemas.

A pesar de que los Reyes no existen, según me dijeron cuando tenía 6 años. Yo, por si acaso, no dejo de soñar y les he enviado esta carta:

«Queridos Reyes Magos de Oriente:

Este año las cosas no han ido nada bien. Como saben nos confinaron por causa de la pandemia. En mi ciudad muchas personas, incluso de mi familia y vecinos, se quedaron sin trabajo y otros continúan con problemas psiquiátricos.

Pero no les quiero poner tristes. Por eso paso a contarles cosas alegres que me han ido pasando. Mi hija terminó la carrera con notas brillantes, mi hijo tiene una novia majísima y se va a casar, mi marido se jubila y va a cobrar su paguita, y yo velo por todos ellos y los cuido, incluso si es necesario dándoles el tuper de las comidas.

A pesar de estas alegrías, respecto a mi persona he de decirles que soy ama de casa desde hace 40 años. Se trata de una dura profesión, que nadie reconoce: pasar aspiradora y fregona, ordenar, arreglar habitaciones, limpiar cuartos de baño, lavar, tender y planchar la ropa, hacer la comida, recoger la cocina, fregar cacharros…. Y poco después de un poco de descanso y de televisión, alguna vez toca peluquería, vuelta al trabajo con recados varios, compras, costuras, limpiezas generales y cenas. Os podréis imaginar que caigo rendida en la cama, sin posibilidad alguna de leer, que es lo que más me gusta.

Eso en días laborales. Y si son fiestas, como estas que vienen, el asunto se complica mucho más porque no salgo de la cocina y además me estreso pensando si les gustará la comida que con tanto cariño y esfuerzo les he preparado. («¿Qué os parece?» les pregunto y nadie responde. Degluten sin más y, de vez en cuando, una boca deja de hacerlo para decirme que tiene poca sal o que está algo quemado.). Me pongo triste, aunque lo disimulo y también me culpabilizo de haber sido tan torpe cocinera.

Pero al día siguiente, vuelvo a empezar; retándome para que, de esta vez, sí que serán de su agrado los platos que les sirvo.

En fin una espiral de trabajo que a pesar de no tener horarios y no estar pagado, siempre he hecho con cariño y dedicación. Pero la cosa es que le tengo que pedir a mi marido el dinero para la casa, lo que nunca me ha gustado a pesar de que es un santo varón. Santo sí pero no tanto porque me deja hablar poco. Según él por tener poco criterio. Y yo voy y me callo.

Podrían pensar sus Majestades que ahora que los hijos son mayores, el trabajo es mucho menor. Pues sí pero no. Porque sus vidas se han convertido en mi vida: que si tienen trabajo que si no tienen, que cómo le ayudamos para encontrarlo, que si el chico con el que sale la niña no es conveniente, que si se me deprimen, que a ver si aprueban, que le puso nota inmerecida, que si se van de copas y les espero, que si el dinero…Un auténtico culebrón en el que estoy inmersa y del que no soy capaz de salir.

Excelencias, aunque en las anteriores cartas les decía que estaba muy feliz con «verlos a ellos felices», ahora pongo en su conocimiento que no, que me he dado cuenta que no lo soy, de que estoy harta de ese horrible trabajo, de ser la última mona de la casa, de que nadie se preocupe de mí, ni me cuide cuando estoy enferma o triste («mamá ¿estás bien ?» «Tú eres fuerte», me dicen).

Majestades, no les molesto más con mis penas. Solo pedirles algo que puede estar a su alcance a pesar de lo carísimo de los precios. Y es que quiero que de regalo de Reyes me pongan un apartamento para mí sola.

PD. - No me olvido del agua para los camellos.

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