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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Liria

Las visitas a castillos me parecen deprimentes, por las condiciones de insalubridad, corrien- tes de aire y distribuciones disparatadas con acceso a dormitorios por los baños o angostos pasadizos. De los ejemplos que conozco no creo recordar más que uno que pudiera ofrecer cierto aire habitable y acogedor y que pudiera presumir asimismo de escaparate de todo tipo de tesoros; el «castello sforzesco» de Milán, creo que ahora reconvertido en museo de arte.

Por otro lado, los tours turísticos habilitados para palacios me saben a ejercicio de «voyeuris- mo frustrado», pues al final no consisten ni en la pura contemplación de valiosos objetos de museo, ni en el más o menos justificable fisgoneo en la vida privada de los poderosos.

Mi reciente visita al palacio de Liria, residencia madrileña de los duques de Alba, vino a ser algo de eso. La parte alta del palacio es la actual vivienda del XIX duque de Alba, vetada al público y me imagino que habilitada con todas las facilidades de un confort moderno. Las dos plantas inferiores han sido dedicadas sin complejos a la contemplación de las riquezas materiales o sentimentales atesoradas por un linaje que arranca en 1430, con el primer duque de Alba, D. Gutierre Álvarez de Toledo. A la muerte del XII duque en 1714, sin dejar descendencia, asume el ducado James Fitz-James Stuart, duque de Berwick, unión que no hace sino multiplicar el número de títulos nobiliarios de la familia y su impresionante patrimonio. Finalmente la boda de Eugenia de Montijo con Napoleón III incorpora a la familia el título imperial que les faltaba, si bien algo huérfano de la pompa y esplendor del auténtico Napoleón. El sucesor del «grand empereur» era devaluado en un panfleto de Victor Hugo con el apelativo de «Napoléon le Petit», Napoleón el pequeño. Sea como fuere no deja de ser una gozada ver reunidos en un magnífico palacio tantos tesoros y tan variados testimonios del destino de la familia y su protagonismo en el devenir histórico de España.

Pero me permitirán que me demore en el terreno de la anécdota, mencionando al guía que ese día nos tocó en suerte. La visita consiste en un recorrido ascendiendo por la imponente escalera del vestíbulo hasta los salones de distinta temática, finalizando con el plato fuerte de la biblioteca con sus 18.000 volúmenes y valiosos documentos y pergaminos. La presentación aúna la información por audífono y grabaciones audiovisuales, con la cola-boración del guía que se limita a señalar los objetos que se mencionan en los auriculares, más o menos con los mismos rutinarios ademanes de las azafatas señalándonos en el avión la ubicación de las puertas de emergencia. Afortunadamente el guía nos había adelantado que al final de la visita estaría a nuestra disposición para cualquier información que precisáramos. ¡Y nos engañó! Yo tuve que correr tras él al escaquearse a gran velocidad nada más finalizado el recorrido. Al preguntarle si existía algún parentesco entre el actual duque y la polémica diputada Cayetana Álvarez de Toledo le hizo gracia la pregunta, que según él ya le habían hecho con anterioridad, limitándose a contestar que no lo sabía.

Al mostrarle mi extrañeza por no haberlo averiguado, me replicó de mala manera que no creía que el duque tuviera ningún parentesco «con esa tía». La verdad es que me cuesta imaginar que semejante guía pueda estar a sueldo de la familia.

Aunque nunca se sabe...

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