Canarias está sobrada de relatos para competir en el complejo mundo de la cultura del siglo XXI, donde se ha producido un enorme cambio en los hábitos y contenidos. Pero ser afortunado en ello no significa apuntar en la dirección correcta, ya sea por desinterés o por la tardanza en establecer los mecanismos necesarios para estar en el centro de la excelencia. Un ejemplo en el que convergen estas carencias está en la proyección hacia el exterior del síngular patrimonio de arte flamenco que posee el Archipiélago, un acervo cuya acumulación arranca en el XVI pero que por circunstancias de coyuntura política está aun en fase de inventario. Un retraso que afecta a la promoción y conocimiento de un magnífico e indiscutible caudal histórico-artístico, ausencias que lastran en definitiva el posicionamiento de las Islas como territorio de vocación fuertemente europea.

Una de las desventajas de la insularidad es la necesidad permanente de explicarse a sí misma, una especie de cruz con la que hay que paliar la lejanía y el olvido. Precisamente fue el afán de conectividad con el centro del mundo lo que llevó a una empredendora burguesía comercial, imponente en el negocio de azúcar, a encargar obras de arte a pintores de la corte europea para llevarlas a pueblos recónditos de La Palma, Gran Canaria y Tenerife.

Las creaciones de Joos van Clave o de Hendrick van Balen, por citar sólo a dos de los maestros, son encargos con los que una boyante colonia extranjera acorta la distancia cultural con la metrópoli. Son los promotores de un sistema productivo en un contexto capitalista donde la ganancias del azúcar retornan a las Islas en manufacturas, pero también en arte y tejidos, inversiones ambas con las que visibilizan su estatus social frente a una sociedad conformada mayormente por un amplio campesinado analfabeto.

Esta compenetración formidable entre iniciativa privada y ambición cultural, excepcional en la historia de Canarias, nos sitúa ante un escenario inmejorable para ahondar en el conocimiento del proceso de conformación sociocultural del Archipiélago. 1985 fue un año clave en el desembarco de la vertiente flamenca de Canarias en Europa, al acoger Bélgica una exposición internacional de intercambio cultural donde España dio a conocer las imágenes, retablos y trípticos integrados, mayormente, en los templos religiosos de las Islas. Fue todo un descubrimiento, pero han pasado casi cuatro décadas y aun nos encontramos en la fase de inventario del acervo.

Las instituciones canarias hace años que están sometidas a las inercia de la programación fácil, carentes del anhelo de mostrar al mundo un patrimonio único proveniente de la condición insular. Una categoría que nos pone frenta a una multiplicidad de relatos, que van desde el estadio aborigen a la Conquista, para llegar a una sociedad poscolonial llena de matices europeos y americanos. Sería difícil de entender una renuncia a esta historia río plagada de afluentes. El arte flamenco traído Canarias no puede quedar relegado de la explicación, tanto por el déficit artístico generacional que acarrearía como por el maltrato que recibiría el conocimiento de un fenómeno de asociación entre comercio y cultura.

Incrustar en Google Arts and Culture una sección exclusiva para visualizar el arte flamenco del Archipiélago no está nada mal, tal como ha propuesto la historiadora Marta Pérez de Guzmán, encargada de un inventario de la obra. Se trata de una plataforma digital con los fondos visuales de más de 1.000 museos. El Gobierno de Canarias está en su derecho de alegar que el inventario está incompleto, o que va a crear un Sistema de Información del Patrimonio Cultural de Canarias que incluiría el arte flamenco. Perfecto, pero perder la oportunidad de Google no tendría justificación. Es una herramienta básica para obtener un posicionamiento óptimo entre las audiencias digitales.

Pero tampoco es suficiente. Hace falta establecer o relanzar lazos con la Iglesia dado que la mayoría de las obras, por no decir la totalidad, se encuentran en templos religiosos. Una labor, por otra parte, en la que hay que inmiscuir a los ayuntamientos con el objetivo de planificar el acceso de los visitantes a las piezas y facilitarles información exhaustiva. La apertura al intercambio con otros museos y la participación en exposiciones internacionales debería ser otra de las premisas a tener en cuenta.

Insistimos una vez más que estamos ante un relato ilimitado al que le corresponde, de una vez por todas, salir a la luz tras un largo periodo bajo el marco exclusivo de la investigación, que lo ha salvado del anomimato.