La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Asencio Mellado

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Un año sin esperanza

Acaba un año repleto de incertezas, inseguridades, inestabilidad emocional y miedo en suma al futuro causado por un presente que no augura esperanzas. Y empieza otro en el que, a juzgar por sus comienzos, no nos traerá la paz y la normalidad que todos esperamos. Y no solo es el virus el causante de la zozobra, sino que ésta se acrecienta ante la falta de autoridades morales que den a la ciudadanía esa sensación de bienestar que permite vivir sin ansiedad, sin angustia, sin la sensación de que vivimos y estamos supeditados a los intereses de quienes rigen la sociedad desde la política y la economía improductiva o especulativa.

La pandemia, cierta, se ha producido en un mundo globalizado, pero que ha olvidado a las personas poniendo por encima de ellas las cuentas de resultados, la libre circulación de bienes, que no de seres humanos y las presuntas ideologías, tan falsas y aparentes como quienes las gestionan. El voto, el populismo y los pactos electorales han sido más importantes al punto de afrontar la crisis sanitaria que la misma enfermedad.

El miedo se ha sembrado como elemento de cohesión de una ciudadanía silente y sumisa, presta a creer cualquier mensaje elemental que le de la seguridad que le falta al haber perdido unos valores hasta hace pocos aprendidos y aprehendidos que hacían de la personalidad un fuerte resistente a la manipulación. Somos como muñecos con los que juegan a su antojo los sembradores de una socialización de las conciencias que recuerda mucho a Ortega y sus previsiones. Ya no se amenaza con las penas del infierno, sustituidas por otras más cercanas y efectivas para la plena obediencia y que abren la mente a la penetración incluso de lo irracional, vestido de sentimental, pero cruelmente desnudo de humanidad.

La educación o su falta ya producen los resultados esperados. La ignorancia buscada de propósito, aceptada obsecuente por quienes no nos percatamos a tiempo del desastre, hace mella en una juventud que, aunque parecida a la todos los tiempos en sus deseos de vivir plenamente años que no contempla como finitos, que cree eternos, ahora carece de cimientos estables y reconocibles, esos que no son límites a la libertad, sino garantía de la misma en tanto actúan como diques de contención ante la opresión disimulada del autoritarismo. No son los malos quienes militan en organizaciones de cualquier signo, tan radicalizados como todos lo hemos estado a cierta edad. El tiempo suele moderar lo que la experiencia enseña que es irrelevante. Son los silenciados, los carentes de resortes resistentes, los frutos del modelo implantado, los que abren la puerta a una sociedad incapaz de reaccionar a los mensajes del miedo provenientes de redes y medios de comunicación tantas veces poco independientes, pues la independencia, antes valorada, ahora se considera síntoma de enfermedad social que debe ser tratada con la exclusión del disidente. Se debe ser lo que impone la norma no escrita de la adhesión inquebrantable a los dictados de la confrontación irracional, base de la nueva política, que es refractaria a buenos gestores prefiriendo a los dilapidadores de la racionalidad y usufructuarios de la palabra vana.

El año que empieza es todo un misterio y no tanto por lo previsible: más confrontación y menos inteligencia, sino por lo que pueden parir quienes están a las puertas de unas elecciones, razón esta superior a cualquier otra. Ya saben los líderes de los partidos que la ciudadanía está preparada para atender sus ruegos y promesas tras dos años de dislates, de estropicios, en una pandemia que han gestionado tantas veces con el objetivo puesto en diferenciarse de los otros. De no ser así no se entiende que, siendo una e idéntica la enfermedad, las soluciones para el mismo barrio fueran tan distintas, que el virus tuviera cierta carga de nacionalismo cutre y se revistiera de los colores propios de cada territorio y lengua. Esta es la prueba del nueve, salvo para quien no lo quiera ver e insista en apostar por unos contra otros y siempre, qué curioso, en favor de su opción política.

El año que se anuncia no nos traerá paz y consenso, palabra ésta devaluada y sustituida sin relevo en un ambiente que se recrea en lo inane. Tal vez es que sea más asequible para la degradación de la capacidad y el mérito, contrastada, este conjunto de ideas ramplonas, ancladas en dos frases estereotipadas y viejas, que afrontar los problemas con eficacia, no con el verbo suelto y irreverente para con los hechos, los problemas y sus soluciones.

Poco espero de 2022. Si acaso nuevas olas de una pandemia que, siendo cierta, no se acaba de exponer con la claridad y sencillez que debiera y que tantas dudas, como inseguridades genera. La economía, la real, no va a despegar y los clásicos problemas que, entienden nuestros gobernantes, nos acucian, cogerán nuevo impulso ante su impotencia para remediar lo necesario: el nacionalismo ramplón y anacrónico en un mundo globalizado; la desmemoria histórica que ya se quiere extender hasta la guerra de Marruecos de 1920 y un largo etcétera de divertimentos en los que se solazan quienes nunca deberían haber entrado en listas electorales y que se ofrecen en almoneda a unas militancias excesivamente militantes y que nos ofrecen cerradas para nuestra desesperación muchas veces, pero a la mayor gloria de la «democracia interna» de los partidos.

Mal año que deberemos vivir con plena conciencia de que será, mejor estar avisados.

Compartir el artículo

stats