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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

Emiliano Guillén, cronista viajero

La escritura, como medio de expresión, tiene muchas variantes y miles de ejercientes que, en su gran mayoría, no se paran a reflexionar sobre los aspectos formales que la constituyen. Ha llegado el tiempo en que todo el mundo escribe, todo el mundo pinta y todo el mundo decora. Estos centenares de protagonistas bracean en el tejido social, y sacan la cabeza en la piscina colectiva con mayor o menor fortuna, llegando a un estado en el que parece que están tocados por la benevolencia de los dioses del Olimpo. Una persona desconocida en los ámbitos socioculturales de un territorio, siendo lo que popularmente se denomina «un don nadie», de pronto se presenta como «poeta» y los ciudadanos que tiene a su alrededor no dudan en rendirle pleitesía. Así, el autor de un texto publicado en cualquier formato y en cualquier género, de pronto se encuentra coronado por un respeto social que causa pavor. Es una actividad que no necesita titulación. Se ejerce y basta. Tampoco es intrusismo, porque nadie tiene las llaves de la admisión en el rol de la creatividad, ya sea en cualquiera de los lenguajes artísticos: plástica, música, narrativa, teatro, danza, cine, fotografía…entendiendo por lenguaje artístico el que utiliza un medio específico para expresar y representar ideas y sentimientos estéticos.

Los cronistas están en el limbo o zona neutral de la expresividad a través de la palabra. Y puestos a ubicarlos de manera formal, podríamos convenir en establecer dos parámetros diferenciadores: la investigación académica y la creación espontánea. Lo académico implica rigor y aval institucional, con reconocido ámbito curricular en departamentos universitarios o asociaciones profesionales homologadas. Sin embargo, la elaboración espontánea no exige compromiso científico, aunque esté marcada por las buenas intenciones y, en algunos casos, desemboque en un premio otorgado por un jurado que se coloca por encima del bien y del mal. En estos casos, los componentes no dejan de aportar sus filias y fobias como lectores expertos.

En medio de estas trazas introductorias, nos encontramos con una singularidad en la figura de Emiliano Guillén Rodríguez, cronista oficial de Granadilla de Abona y de la Villa de Arico, que aporta en su biografía un amplio abanico curricular con cimientos formativos y experiencia como el haber sido profesor de educación primaria, director de un Centro de Profesores, Licenciado en Historia, Periodista, Investigador y, sobre todo, divulgador de sus indagaciones en archivos civiles, parroquiales, diocesano o en el histórico provincial de Tenerife. Esta difusión la lleva a cabo de manera constante, teniendo como destinatarios al alumnado de todos los colegios públicos del sur de Tenerife. Con ello está consiguiendo que los jóvenes estudiantes conozcan su entorno con las claves del tiempo pasado.

En Emiliano, aparte de su pasión por la historia, subyace una actitud de compromiso por darle forma al devenir de los dos municipios en los que ejerce como cronista oficial, además de no dejar escapar ninguna referencia constructiva desde el punto de vista socio-cultural a toda la comarca del sur de Tenerife. En los diez últimos años, provisto de pluma y libreta, se ha lanzado a senderos más abiertos y ha recalado por paisajes isleños, además de por tierras de España y Portugal, casi emulando a los escritores de la Generación del 98 y, concretamente, a don Miguel de Unamuno, con una publicación casi homónima del rector salmantino: «De paseo por tierras de España y Portugal. Notas y experiencias» (2020), editado por el Ayuntamiento de Granadilla.

El cronista en este caso actúa como tal, al convertirse en testigo directo del panorama que se presenta ante su vista a medida que se encuentra con villas y ciudades inéditas en su experiencia. Y con esa actitud escudriñadora, va volcando sus impresiones sobre paisajes, monumentos emblemáticos, rincones y plazas, personajes que se encuentra en el camino y que se convierten en espontáneos informantes de tierras holladas por vez primera por sus andares.

Con un estilo directo, nimbado de adjetivos coloristas, sin caer en el barroquismo, va construyendo una crónica viajera, que lleva al lector de la mano hasta el lugar más recóndito que desvela a través de su pluma. Desde el museo de las Quinteras en El Hierro hasta la descripción de palacios lisboetas, la pluma de Emiliano Guillén desvela la intrahistoria de las estampas seleccionadas, convirtiendo su presencia en el pasado en páginas didácticas que el lector agradece a medida que avanza en sus algo más de trescientas páginas, ilustradas con fotografías de Francisco Hernández y doña Julia.

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