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ANÁLISIS

La lección aún por aprender

¿Será mejor 2022? Seamos pesimistas, es más seguro | Llega con peligros: Ucrania, China, el control del Congreso en EEUU y el viraje progresista en América Latina

El presidente electo de Chile, Gabriel Boric.

La película Don’t Look Up, con reparto estelar –Meryl Streep, Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Cate Blanchett–, tan en boga estos días en las redes sociales, es una metáfora de la pandemia de coronavirus convertida en cometa. Y de la política sin escrúpulos que domina el escenario en unas democracias en las que prima la mentira, el espectáculo y la corrupción. Los medios, sobre todo la televisión, no salimos bien parados en esta parodia.

Aunque el filme no es nada del otro mundo, se deja ver. Responde a las preguntas que llevamos haciéndonos desde el inicio de la pandemia de hace dos años: ¿Saldremos mejores?, ¿aprenderemos la lección? Atención, spoiler: la respuesta es no. Ni saldremos mejores ni habremos aprendido nada después del covid-19. La prueba son las componendas semánticas que se traen los líderes con la catástrofe climática en cumbres sin avances financiadas por los contaminadores.

Hay más preguntas: ¿será mejor 2022 que 2021? ¿Acabará la pandemia? ¿Crecerá la economía y aumentará el empleo? Seamos pesimistas, es más seguro.

Peligros e incertidumbres.

El año que ahora comienza llega cargado de peligros e incertidumbres. El más grave es la crisis de Ucrania. ¿Se trata de un paripé controlado entre la OTAN y Rusia para distraernos? ¿Es un juego de machos alfa con riesgo de descontrolarse? ¿Estamos en los prolegómenos de una guerra que tendría consecuencias devastadoras? Desconocemos cuáles son los juegos de, presidente ruso, Vladímir Putin, si pretende hacerse solo con las regiones prorrusas y mejorar la salida de su flota al mar o plantea una invasión completa. Estamos en tiempos de cálculos.

Más allá de los riesgos de jugar con fuego en un polvorín, como sucedió en la ex-Yugoslavia en los años 90 del siglo pasado, una guerra, limitada o no, afectaría al precio del gas natural. Sería un serio revés para la Unión Europea, a la que le espera un año complejo con flecos del Brexit aún abiertos y en manos de un Boris Johnson imprevisible, sin otro objetivo que su supervivencia.

Hay rebeliones ultras en Polonia y Hungría y elecciones presidenciales en Francia, un país clave junto a Alemania que acaba de entrar en el posmerkelismo después de casi 16 años en el poder de Merkel.

Una guerra en Ucrania provocaría otra crisis de refugiados en una Europa que aun no ha entendido que el futuro del Estado del bienestar y de las pensiones depende de nuestra capacidad de aceptar, formar e integrar a los migrantes en una pirámide de población envejecida. Este marco sería un regalo populista para las extremas derechas y para los grupos que se nutren de la negación de la realidad.

El año 2022 llega cargado de aires electorales en Estados Unidos, el rival natural de Rusia. Pese a que la cita es en noviembre, dominará la escena política. Se renovará un tercio del Senado, algunas gobernadurías importantes y la totalidad de la Cámara de Representantes, además de la celebración de otras elecciones estatales y locales.

Biden y el Congreso.

El presidente estadounidense, Joe Biden, se juega el control del Congreso en los dos años siguientes, así como la posibilidad de sacar adelante sus políticas con las que quiere asentar las opciones de un segundo mandato más allá de 2024. Donald Trump se juega también su ansiado regreso a la Casa Blanca. Por eso intenta influir en las primarias republicanas, situar a sus fieles para desplazar a los que no le siguieron en su fantasía del fraude electoral. No solo es una operación de venganza, sino que es la primera piedra de la operación retorno.

Veremos cómo termina la investigación del Congreso sobre la responsabilidad de Trump en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, cuando una turba de exaltados atacó el Congreso en un intento indisimulado de golpe de Estado. Un regreso del trumpismo sería una catástrofe, con él de candidato o con otro peor.

El ‘efecto Boric’.

Hay más esperanzas en América Latina por el efecto Boric en el Gobierno chileno y las elecciones presidenciales de Colombia y Brasil, que determinarán si hay rumbo progresista de la región. Sobre todas las partidas en juego –-la de Ucrania, la interna en EEUU y la amenaza creciente del EI en el Magreb y su impacto en Libia–, hay otra más transcendente: el crecimiento militar y político de China, que aspira a desplazar a Estados Unidos del trono de primera superpotencia.

No sucederá en 2022, pero existen conflictos potenciales que podrían derivar en una escalada militar: Taiwán y el control de las islas del mar del Sur de China. El presidente Xi Jinping no es como Putin y Biden. No habla ni amenaza, solo camina en la dirección establecida. Pekín tiene un plan a 50 años y una paciencia a raudales, virtud que desapareció de un Occidente entregado a un cortoplacismo irresponsable antes de que nos alcance el cometa.

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