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Barraca y tangana

Los límites salariales

Suelo decir que no entiendo cómo funciona el fair play financiero en el fútbol, cómo se calculan los límites salariales de la Liga y cómo deciden los árbitros si una mano es penalti o no es penalti. Lo digo tanto que el otro día un amigo empezó a explicármelo con ejemplos, dibujos y datos, pero noté casi de inmediato cómo mi cerebro iba desconectando, así que le interrumpí confesando que daba igual, que no se esforzara, que en realidad al día siguiente ya no me acordaría de nada.

Que ni lo entiendo ni lo pretendo entender.

Me parece que es recomendable asumir que hay cosas que preferimos no saber, aunque nos quejemos por ello de vez en cuando. Hay batallas ante las que nos rendimos de antemano, aun sabiendo que esa actitud nos aleja de la ejemplaridad, pero qué le vamos a hacer, somos imperfectos y por tanto humanos. Algunas simplemente nos pillan en el momento equivocado. Son como un verano en interrail, como fliparse con El club de la lucha, como estudiar italiano. Si no lo haces a una determinada edad, la oportunidad pasa de largo. La vida es demasiado corta para aprender lo del límite salarial o leer los términos y condiciones de un contrato –a no ser que te paguen por ello, eso está claro–. En algún momento mi cerebro decidió que no sirvo para emplear el tiempo en este tipo de asuntos, y prefiere aprovecharlo retuiteando lo mejor del año, probando turrones de sabores extraños o recuperando el viejo Championship Manager 93-94 para jugar algún rato.

Cambio de hábitos

Con mi equipo, mi cerebro solía quererlo todo hasta que dejó de hacerlo. Igual no podía soportarlo, igual ya no era sano. Sin darme cuenta cambié de hábitos. Dejé de ir a los entrenamientos. Dejé de ir a los partidos de los juveniles y del filial. Dejé de acumular kilómetros en los desplazamientos. Dejé de estar pendiente de todo a cada momento y para mi sorpresa no lo eché de menos, pasado un tiempo, sino al contrario. A decir verdad, incluso, pienso que me quedé con lo bueno y salí ganando. Dejé de saber demasiado para saber lo que sabe un niño en el patio.

Y ahora, sin tantos peajes emocionales, el fútbol es menos tóxico para mí, con menos alegrías intensas, a veces, pero con menos sufrimiento. Ahora siento que me devuelve el doble de lo que le doy, que es justo el trato. Quizá por eso mi cerebro ya no quiere saber lo del límite salarial y todo eso, por si dejo de verlo como un juego, algo complementario. Lo de ahora me vale, superficial y sin remordimientos, convenientemente simplificado. Ahora disfruto el doble cuando vuelvo al estadio.

Intuyo que es una cuestión de prioridades y esfuerzos, de momentos vitales. Igual que lo hacías dejas de hacerlo. Igual que dejé de hacerlo, no descarto que algún día necesite volver a intentarlo.

Pero no ahora. En alguna comida se me ha ocurrido decir que el esfuerzo que nos exige el marisco, en general, no compensa. Que si pelarlo, que si las pinzas, que si la toallita para las manos... Que luego no es para tanto, que hay otros alimentos más agradecidos con nosotros los vagos.

Digo esto y siempre hay alguien que me insulta, y lo acepto, pero también alguno me da la razón. Demasiadas movidas el marisco, menudo lío, no lo necesitamos. Ese alguien me cae mejor que si fuera de mi equipo, que si fuera mi hermano. Seguro que ni entiende ni pretende entender lo del límite salarial ni lo del penalti por mano. Seguro que piensa que la vida es demasiado corta para complicarnos.

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