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Humberto Hernández

Observatorio

Humberto Hernández

Polémicas sobre la lengua: en torno a fajana y majalulo

Aunque pudiera pensarse lo contrario, confieso que no me desagrada observar la existencia, cada vez más frecuente, de polémicas en torno a la lengua, porque son síntoma de la preocupación de los hablantes por estos asuntos, salvo cuando el interés es espurio y la controversia, lejos de tratar de aclarar o de plantear dudas interesantes, provoca enfrentamientos en los que pueden detectarse razones ideológicas o injustificadas actitudes discriminatorias, como la de que hablar la lengua X es señal de que sigues tal o cual ideología, o que es preferible utilizar la palabra Y porque es traducción del inglés, que es el idioma universal.

En la historia de la lengua son frecuentes estas situaciones, y la discusión, por ejemplo, sobre cuál es la modalidad prototípica del español ha sido una constante, favorecida por una concepción glotocéntrica o castellanocentrista de nuestro común idioma, que es en realidad una extraordinaria integración de dialectos con muchos centros y variadas normas, porque es verdad que la idea imperialista de la hispanidad se observa todavía frente al panhispanismo, actitud más realista y, por supuesto, más ajustada a los científicos criterios de las ciencias de lenguaje.

Polémicas las hay por cuestiones de política (¿lingüística?), muy de actualidad, como las relaciones del español con las otras lenguas oficiales del Estado, por más que sea tan sencilla la solución al conflicto: respeto y promoción de las dos lenguas hasta conseguir un bilingüismo real, que todo el embrollo no es más que el resultado de la incapacidad de los políticos para servir a los intereses de los ciudadanos. Pero de estas polémicas prefiero no hablar.

Me centraré en las estrictamente lingüísticas, como las que se establecen con quienes mantienen actitudes patrimonialistas de nuestro idioma común, que suelen ir acompañadas de dogmáticas posiciones puristas y de negación de todo proceso evolutivo, ya sea en el nivel fonético, en el gramatical o en el léxico; actitud que en el pasado contribuyó, por ejemplo, a difundir la idea de que el seseo se considerase un vicio de dicción, que la ausencia del pronombre vosotros fuese visto como una deficiencia del sistema pronominal del español meridional, o que la palabra papa, por poner solo un ejemplo del léxico, fuera marcada lexicográficamente como una voz dialectal, frente a patata, que se presentaba como general, siendo de uso mucho más reducido en el ámbito del español. La lengua evoluciona y sin darnos cuenta vamos aceptando los cambios sin mayores traumas; así, por ejemplo, no somos conscientes de que la voz ‘murciélago’ y la locución ‘in fraganti’ son formas que, aunque hoy reconocemos como correctas, constituyen deformaciones de ‘murciégalo’ e ‘in flagranti’, de mejor linaje y condición si atendiéramos a la proximidad a sus orígenes, es decir, a su etimología. Rechazar los cambios generalizados y aceptados por la mayoría de los hablantes –que somos la verdadera autoridad lingüística-- significa no entender uno de los principios generales de toda lengua viva: la mutabilidad. Solo son inmutables las lenguas muertas.

Ante esta evidencia, se me hace difícil compartir la idea de que «en España se sigue hablando y escribiendo cada vez peor» y que «los anglicismos nos han colonizado sin oposición» (Vid. Javier Marías, ‘Desprecio de la propia lengua’, El País, 14-11-2021). Y este podría ser el origen de otra polémica, la de que la lengua se degrada por el contagio y la incursión de elementos foráneos: rechazo al extranjerismo, pues, como causa de todos los males que aquejan a nuestro idioma. ¡Como si manjar, chándal, túnel o mitin estuviesen ya documentadas en las glosas emilianenses!

Por supuesto que me declaro contrario al extranjerismo innecesario, el que se utiliza por ignorancia o por puro esnobismo (chic, target, talk show, incluso on line o streaming, más generalizadas en ambientes académicos); pero reconozco las inmensas posibilidades que nos brinda el recurso de la adopción de voces y expresiones extranjeras si vienen a cubrir vacíos semánticos y son oportunamente adaptadas. Por eso me identifico más con los puntos de vista de quienes reconocen en los cambios y en la recepción de neologismos, cuando se les llama por necesarios, signos de la vitalidad de la lengua, de su adaptación a las nuevas realidades y respuesta a nuevas necesidades comunicativas. «Da gusto una lengua capaz de fagocitar palabras del inglés (hacker, tuitear, tuitero), del italiano (birra), del afgano (burka) y del viejo francés (chaise longue)», dice Héctor Abad Faciolince (’Amado mío’, El Espectador, 18-10-2014).

En el ámbito dialectal suelen suscitarse muchas polémicas relacionadas con la valoración del que con frecuencia se considera léxico diferencial o léxico marcado, el de segunda categoría, el folclórico, el que osa por competir con el léxico general: ¿por qué han de considerarse diferenciales voces como gofio, tajinaste, fajana o majalulo? ¿Con qué palabras del español general hay que establecer la comparación para considerarlas diferenciales?

Será en estas dos últimas (fajana y majalulo) en las que me detendré a continuación. Se discute, en relación con la primera, si es la denominación más apropiada para designar al terreno llano que se ha ido formando por la solidificación de la colada del volcán de Cumbre Vieja al término de su curso en un acantilado. El caso es que como a los terrenos llanos al pie de las laderas, escarpes o recodos que se han ido formando por materiales desprendidos de las alturas se las ha venido llamando fajanas (denominación muy común en la toponimia de las Islas), por un sencillo proceso metafórico o de extensión del significado se ha adoptado esta denominación para nombrar a estos terrenos llanos, o plataformas, de origen volcánico. Denominación que se ha ido generalizando, pues su uso ha trascendido los límites insulares a través de los medios de comunicación. Sin embargo, no muy de acuerdo con la denominación popular, no ha faltado quien ha llamado al orden (lingüístico) para proponer otros términos más apropiados, según criterios científicos, dicen, como los de isla baja o delta lávico, por ser traducción del inglés, justifican este último sintagma.

Otro proceder, de nuevo, nada acorde con la naturaleza de la lengua, que no admite ningún tipo de imposición como no sea la soberana voluntad de los hablantes. Pues claro que pueden los científicos acordar la terminología específica de sus disciplinas, lo que no tiene por qué significar que deban marcar el rumbo de la lengua general; y, aunque en ocasiones, bien es verdad, hayan podido generalizarse las propuestas de los especialistas, porque el hablante así lo hubo aceptado, no parece ser este el caso de delta lávico en sustitución de fajana, cuya legitimidad, por cierto, empieza a contar con el refrendo de las instituciones que se encargan de levantar acta de los usos efectivamente realizados, y es aquí donde comienza el proceso de normativización, esto es, de dar validez normativa a un nuevo uso. No está zanjada aún la cuestión, como fue pretensión de quienes se arrogaron potestades que no les correspondían, y la última palabra la tendrán los hablantes.

Más afortunados sí estuvieron, a mi gusto, quienes elaboraron las preguntas del rosco de Pasapalabra de hace unas pocas semanas, pues por una vez se le concede a un canarismo el privilegio de aparecer en un programa de tanta audiencia. Pero ocurrió que el concursante, al despedirse de los dos personajes, andaluces ellos, que, como es habitual, lo acompañan y colaboran con él durante unas jornadas, comentó que lo había pasado muy bien, pues eran muy simpáticos y hablaban un español exótico (no escuché que lo calificara de cómico, aunque no hubiera sido de extrañar, porque así se le suele calificar en otras ocasiones). Y yo, como hablante de otra modalidad meridional, no me sentí, precisamente halagado por el ‘exotismo’ de nuestros dialectos, más bien todo lo contrario, que ya sabemos el porqué de estas valoraciones; pero sí me sentí realmente desagraviado cuando el presentador, ya metido en el rosco, preguntó: «Empieza por eme: camello joven»; y el concursante quedó in albis. Pero yo, como muchos canarios, hablantes de este ‘exótico’ dialecto, sí que conocía la respuesta: se trataba del canarismo majalulo, voz que procede del árabe sahariano y que no registra el diccionario académico, pero sí el Diccionario básico de canarismos, de la Academia Canaria de la Lengua, que ofrece dos acepciones: «Camello joven desde que deja de mamar hasta que ya puede reproducirse» y «Persona torpe y de movimientos lentos».

Por cierto, el único diccionario general del español que registra majalulo es el excelente Diccionario del español actual, de don Manuel Seco, el mejor de nuestros lexicógrafos contemporáneos, que nos dejó el pasado 16 de septiembre. Vaya desde aquí nuestro sentimiento de pesar y nuestro académico reconocimiento.

Acierto, el de los hablantes canarios al decantarse por la voz fajana frente a otras posibilidades; rigor, el de don Manuel Seco, que sí reconoció majalulo, como no lo han hecho otros diccionarios generales del español.

Feliz Navidad.

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