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Juan Gaitán

El ruido y la furia

Juan Gaitán

El lunes empiezo

Se acabaron las fiestas, pero todavía hay quien te saluda diciendo «¡feliz año nuevo!», con un énfasis y una irresponsable alegría que suelen dejarme un poco perplejo. Siempre ha sido para mí un misterio saber exactamente hasta cuándo se puede decir «feliz año nuevo» sin parecer idiota o, mejor dicho, sin declarar abiertamente que lo eres, pero sospecho que pasado el tres de enero ya queda un poco absurdo.

Será que siento muy lejos el año nuevo porque a estas alturas he renunciado ya a todos los buenos propósitos que me hice para su llegada. Me engaño a mí mismo diciendo que los he pospuesto, aplazados hasta el lunes, diez de enero, que será el verdadero comienzo del año, porque lo mismo que sus parientes mayores, los siglos y los milenios, también los años tienen su poquito de resaca, de inercia, y no comienzan cuando dice la oficialidad del calendario, sino cuando sentimos que es su momento. En nuestros pagos siempre ha sido y sigue siendo después de Reyes.

Pero es mentira que los haya aplazado. La verdad es que, como casi todo el mundo, renuncié a esos buenos propósitos a la mañana siguiente de haberlos formulado solemnemente. Y por eso todas las noches me riño a mí mismo, igual que cualquiera.

Siempre tuve eso que César González Ruano llamaba «una mala salud de hierro». Muchas veces he hablado de mi infancia de reposo absoluto, la que me llevó a los libros, a lo que finalmente sería toda mi vida. Antonio Machado aseguraba que el secreto de la felicidad es una salud de hierro y una cabeza vacía. Yo fui castigado con la versión contraria, una cabeza llena de pájaros y una horrible salud. Un maldito.

Ahora los médicos insisten con perseverancia en que haga deporte. Y yo iba a comenzar firmemente el día de Año Nuevo, pero amaneció con una niebla muy espesa que venía del mara y que en este sur que habito y que me habita llamamos con una palabra fenicia, taró, y hacía mucho frío, y además yo tenía entre manos un libro de Julio Ramón Ribeyro, y era mucha la tentación y muy poca la voluntad de resistirla. Y al otro día fue más o menos igual, y así he ido dándole largas a la cuestión hasta hoy, que me he sentado a escribir esta columna y, claro, el deber es el deber… Y mañana será alguna cosa escrita por Adam Zagajewski, o por Onetti, o por vete a saber quién que me haya fascinado, o un prólogo que alguien me ha pedido, o un poema que se me ha cruzado de repente reclamando mi cuidado. Y estaré todo el día sentado, con un poco de música y un poco de café, leyendo, escribiendo, llenándome la cabeza de bandadas de pájaros y dejando que mi mala salud de hierro alcance sus últimos objetivos. Y esta noche, mirándome al espejo, me diré, para conformarme: el lunes empiezo.

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