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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Condecorados en la era del ómicron

El pasado 29 de diciembre, bajo los efectos tozudos del ómicron, Pedro Sánchez y su Gobierno perpetraron en Consejo de Ministros la aprobación de los reales decretos para sustentar 23 condecoraciones a otros tantos exministros por sus servicios a la Corona. La Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III alcanzó hasta a Pablo Iglesias, que de aceptar la distinción caería en flagrante caso de contradicción dado su repelús monárquico. Pero peores cosas se han visto. La pedrea en pandemia benefició a José Manuel Soria, que abandonó a Rajoy por un lío con los paraísos fiscales, o a Màxim Huerta, que estuvo en Cultura el tiempo que tarda un microondas en calentar un café. Dada la cascada de honores, dignas del imperio astrohúngaro, cabe preguntar cuándo recibirá el pueblo llano algún tipo de reconocimiento por soportar nada menos que seis oleadas de covid, la endemoniada variante delta, las muertes de tantos y tantas, la ambigua ómicron, el desafuero del recibo de la luz, la inflación disparada, los alquileres estrujando, los antígenos, el certificado covid, las vacunas ordinarias, la inoculación de refuerzo, la cena de navidad con comensales limitados, los gastos por mascarilla, el pago de la banda ancha para el teletrabajo, el volcán de La Palma... Tenemos méritos contraídos de sobra, con sacrificios desmedidos, volcados en la humildad, para ser ungidos por el sanchismo y elevados graciosamente a la categoría que nos corresponde a la vista de los males que nos llevan cayendo día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. No sé ustedes, pero el que firma lo rechazaría en favor de una paga concedida por su excelencia socialista para compensarnos frente a tanta desgracia. Una gratificación no por servicios a la Corona, sino más bien por aceptar con paciencia el flujo y reflujo de incompetencias e infortunios que nos entierran. Seguramente nos denegaron todo, pero no la oportunidad de decir con claridad que hace falta tener una cara de zapato para repartirse medallas en los tiempos de la peste.

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