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José María Asencio Mellado

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Garzón y sus obsesiones

El ministro Garzón, liquidador de Izquierda Unida, revolucionario de la palabra siempre inoportuna y ávido de fama sin importarle el precio, no acaba de ser consciente de su papel como ministro, minister conforme al origen latino del término, servidor, pues, de la ciudadanía. En su incontrolada megalomanía pare tonterías que suelen acabar casi siempre perjudicando a alguien. Igual le da atacar al juguete y montar una huelga ridícula, que hacerlo a la carne frente a la que tiene una obsesión desenfrenada, al azúcar, el turrón o la bollería. Más que ministro se cree un profeta destinado a preservarnos de todos los males que él, en su verbo locuaz, anuncia como inminentes. Y no es lo que la ley establece lo que pregona normalmente, sino sus opiniones que cree superiores a lo que la norma dicta. Un moralista marxista tan peligroso, como insoportable, tan fanático, como intelectualmente indolente. No sirve, sino que se sirve desde su creencia en asimilarse a tantos conductores como en el mundo han sido.

Es lo que tiene dar a tal sujeto un ministerio ínfimo para cumplir la cuota del gobierno de descoordinación, vacío casi de competencias y competentes y tan poco estimado por su presidente, despreciado cabría decir. Tan es así, que ante la última ocurrencia desbocada del incontinente verbal Garzón, se ha llegado a afirmar que actúa y habla en nombre propio, no como ministro. Duro es y debe ser que tu propio gobierno te degrade y te califique de particular, de intruso al que debe soportarse. Si yo fuera Garzón cogía mis bártulos y me iría a predicar a la calle; si tuviera un poco de dignidad, saldría a ganarme la vida allá donde me trataran conforme a mis merecimientos. Dudo mucho que lo haga teniendo en cuenta su curriculum y la falta de oficio conocido. Lo tiene claro. Ese chollo no lo suelta.

Que un ministro español afirme en un medio de comunicación extranjero (The Guardian) que la carne española, la que vendemos por toneladas a Reino Unido, es de peor calidad que las que vienen de otros países civilizados y que procede de animales maltratados, de lo que parece estar convencido en su obsesión enfermiza de apariencia animalista, es algo más que un exceso y debería dar lugar a su cese inmediato. No basta con desacreditarlo públicamente, con humillarlo, pues un tonto con poder siempre es dañino y éste se excede en sus gracietas y ocurrencias con excesiva frecuencia. Y cuestan dinero y puestos de trabajo a los que apunta con su magín disperso.

El problema de la ganadería intensiva no es español, sino global y en exceso complejo. Plantearlo como algo específico nuestro y haciendo acto de contrición universal, para ser el más ecologista del mundo, es síntoma de la tendencia de Garzón, en línea con sus allegados, a la flagelación pública por ser español, algo esto último que parece desagradarle. Nuestra ganadería cumple con la ley. Que al ministro no le guste es su problema, pero debería reservarse sus opiniones y no contraponerlas a lo establecido y a los ganaderos que cumplen con lo legislado con esfuerzo. La prudencia no es algo que le identifique.

Leer la noticia íntegra, como insiste en pedir y no sacar palabras de su contexto, no le salva de haber dicho lo indebido. Dijo lo que se ha dicho: que nuestra carne procede de «macrogranjas» en las que se maltrata a los animales y que es de mala calidad, que nos están comprando carne en malas condiciones habrán interpretado los competidores que se han puesto manos a la obra a sacarnos del mercado.

Garzón es un cateto que habla mal de su país, un zoquete que es un chollo para los intereses de otros contra esta España que, los adalides de la nueva izquierda, no paran de zaherir, la presente y la pasada. Un bobo que disfruta de la memez en un cargo que no sabe ejercer salvo con discursos que nos hacen reír, es cierto, pero que cuando los pronuncia fuera hacen daño. Aquí lo conocemos y sirve para nuestra chanza y deleite, pero fuera se lo toman en serio. De momento. Cuando lo conozcan, inevitable, habrá destrozado al juguete, la carne, el turrón y todo lo que se le ocurra a mente tan prodigiosa, como mal amueblada.

IU se merece algo más que este mercader de la necedad, este despilfarrador o malversador del cargo, que utiliza para fines impropios de los que debe perseguir un ministro de España. Que deje de dar consejos es su obligación y también la de no hacer daño a este país necesitado de apoyo y ayuda en momentos en los que todo ataque trae consigo consecuencias que no entienden quienes no son empáticos con los demás y no son capaces de salir de los libros que han leído, pero tal vez no hayan entendido.

Garzón, como Belarra -¿de qué es ministra?-, o Montero, Irene, son la muestra que acredita la insolvencia de quienes no tienen ni idea de lo que significa ser ministros. Lo suyo es el activismo insulso, la agitación y el desmadre en las redes. No soy muy adicto a la inteligencia artificial; prefiero la natural y humana, poco desarrollada esta última como es constatable en muchas ocasiones. Pero, antes estos casos, la nueva, la robótica, me devuelve la esperanza en el progreso.

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