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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Permitámonos sentir

Hace un mes se conocía el suicidio de la actriz Verónica Forqué y media España llenó sus redes sociales de mensajes de apoyo a su familia y, a su vez, de críticas hacia el programa MasterChef que, según la audiencia popular, había fomentado negativamente la visión del deterioro de la artista.

Cuando Forqué abandonó el reality, su Instagram se atestó de mensajes de odio en los que la tildaban de loca por haber reconocido no sentirse bien. Una vez más, el estigma y la culpa excluye y avergüenza a las personas que asumen estar pasando un momento emocional delicado. Curiosamente, en estos días se ha aprobado una ley que reconoce a los perros como seres sintientes miembros de la familia. Otra vez, ese escaparate moral que son las redes sociales se colmó de mensajes alabando la dignidad emocional de los animalitos, cosa que me parece genial, pero que no deja de sorprenderme. Es decir, por ver si lo he entendido bien: si un perro, ser sintiente, se pone triste, debemos validar su estado emocional; pero, si una persona, ser sintiente, comenta que está pasando por un proceso depresivo, podemos criticarla hasta el punto de desearle la muerte. No sé, pero hay algo que no termina de encajarme. Todos en algún momento de nuestra vida, lo reconozcamos o no, nos hemos sentido tristes, apáticos, iracundos, despistados, miedosos, inseguros y miles de sentimientos más con los que intentamos lidiar día a día. En la mayoría de los casos en soledad, porque esta sociedad nos enseña que sí, que la salud mental es importante, sin embargo, desde que tu estado de ánimo no vibra a lo Mister Wonderful la gente pone cara de vinagre. Entonces nos enfundamos una armadura que nos irrita la piel y vamos por la vida escondiéndonos de lo que somos. De lo que sentimos. He visto -y he experimentado- el juicio ajeno cuando alguien llora porque una situación le entristece, lo que hace que lo tilden de inmaduro. He escuchado -me han hecho- críticas por expresar ansiedad ante situaciones que para otros no suponen estrés. Nos pasamos la vida invalidando las emociones de los demás porque nos creemos con el derecho de saber cómo deben sentirse en cada momento o cómo deben gestionar lo que sienten, generando en las personas de nuestro alrededor un horrible sentimiento de incomprensión y de rechazo a sí mismos por no saber cómo evitar determinados sentimientos. ¿Por qué deberían evitarlos? ¿Por qué deberían vivirlos en silencio y soledad? ¿Por qué deben avergonzarse? El fin de semana pasado se publicó una noticia con el siguiente titular: «España vive la mayor cifra de suicidios de su historia» y creo que este dato nos debería hacer reflexionar acerca del tipo de sociedad que somos. Ser sensible no está mal, lo que está mal es considerar que los demás deben vivir sus emociones como a nosotros nos parece correcto, porque ¿quién te ha dicho a ti que tienes la razón? Por lo que más quieran: ¡permitámonos sentir!

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