La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Breverías 97

Como un pregón de fin de año, la Agencia Estatal de Administración Tributaria dependiente del Ministerio de Hacienda ha hecho públicos los nombres de los «grandes morosos» que presuntamente figuran en su lista negra. Lo de presuntamente me permito apostillarlo yo, no sólo por ser un sufridor más de la voracidad recaudadora de Hacienda, sino por sospechar que se está faltando una vez más a la presunción de inocencia del contribuyente. El pasado día 28 de diciembre se publicó en la prensa el nombre de las 175 empresas canarias del listado de grandes morosos. Desconozco si para que la administración de Hacienda pudiera alegar ante cualquier reclamación, «que había sido una inocentada», o para amargarles las uvas a los desalmados empresarios, recordándoles de paso la aplastante superioridad de medios con los que cuenta su adversario fiscal. Sea como sea, me consta que gran número de los expedientes de deuda de las 175 empresas canarias morosas están todavía en manos de la justicia, y por tanto sub judice en tanto no se produzca el fallo definitivo. A título de ejemplo y por conocer de primera mano uno de los expedientes, se cita como «gran moroso» –definido así el que adeuda más de 600.000 €– a una empresa canaria deudora con Hacienda de un monto importante. Pero lo que se calla es que la propia Hacienda le debe a la misma empresa una cantidad del orden de diez veces dicho importe, en sentencia judicial firme, y además desde hace ya más de dos años.

¿No tendría acaso similar interés, aunque tal vez sin el mismo morbo, que se diera a conocer también, y con idéntica fanfarria publicitaria, una lista de los agraviados por la morosidad de Hacienda?

Pero pasemos a temas más gratos, acordes con el espíritu de las pasadas fiestas. Todos tenemos una idea más o menos acertada de las personas con las que convivimos, por lo que no es frecuente que nos sorprendan. Pues bien, el otro día me sorprendió mi media naranja, con una actuación digna de un prestidigitador. Por el balcón abierto de nuestro dormitorio se había colado inopinadamente un mirlo despistado, que no paraba de revolotear, rebotando contra las paredes y los cristales de las ventanas, sin acertar a encontrar la salida. Recordando que teníamos un libro de pájaros, con ilustraciones musicales de sus trinos, mi mujer se apresuró a traerlo, abriéndolo en el capítulo de los mirlos. Seguidamente se colocó inmóvil junto a la puerta abierta del balcón, procediendo a pulsar el sonido correspondiente a los mirlos. Y sin necesidad de aspavientos ni escobazos, con el simple trinar de la grabación de su coleguilla, el pájaro se dirigió sin alharacas hacia el origen del sonido, reencontrándose con el hueco del balcón, y marchándose tranquilamente por donde había venido.

Se me lamentaba un amigo, tal vez algo desencantado también de su presente que «el futuro ya no es lo que era» . ¿Pero es que acaso lo ha sido alguna vez?

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