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Joaquín Rábago

Papel vegetal

Joaquín Rábago

Gobierno Frankenstein

Detesto el sintagma «Gobierno Frankenstein» con el que se trata de descalificar continuamente a la coalición de izquierdas que preside el socialista Pedro Sánchez.

Lo llaman así por su dependencia parlamentaria de los independentistas periféricos, pero se trata sobre todo de repudiar la alianza non sancta de socialistas y Unidas Podemos, que la ha hecho posible.

Este país es de chafarrinones y extremos en los que todavía no nos hemos acostumbrado a algo que es tan normal en otras democracias europeas como son las coaliciones de Gobierno.

En la nación que muchas veces también nuestra derecha toma como modelo, la República Federal de Alemania, hay varios Gobiernos de ese tipo y nadie se rasga, como sucede aquí, las vestiduras.

¿Es acaso «más Frankenstein» nuestro actual Gobierno de socialdemócratas y Unidas Podemos que el que encabeza el canciller federal alemán, Olaf Scholz?

Integran la coalición alemana socialdemócratas, liberales y ecologistas (los Verdes), tres partidos ideológicamente muy distintos. Surgirán sin duda tensiones entre ellos, pero los tres están decididos a entenderse.

En otros länder hay también gobiernos heterogéneos: en alguno como el de Baden-Württemberg llevan la voz cantante los ecologistas mientras que en Turingia, el ministro presidente es de Die Linke (la Izquierda).

Este último partido, heredero del comunista, forma también parte de distintas coaliciones, por ejemplo, en Berlín, cogobierna con socialdemócratas y Verdes y en el «land» de Mecklenburg-Vorpommern, sólo con los socialdemócratas.

A nadie se le ha ocurrido allí calificar a ninguno de esos Gobiernos de coalición de «Gobiernos Frankenstein» ni discutir su legitimidad como se hace aquí machaconamente con el de Sánchez desde que el PSOE ganó las elecciones.

Un Gobierno de coalición exige de cada uno de sus integrantes renunciar a los maximalismos, reconocer los propios límites, ver lo que el otro puede tener de razón en sus planteamientos y, sobre todo, transigir.

Pero todo eso parece que se les da muy mal a los políticos españoles, y aquí no hay diferencias entre españolistas e independentistas. Todos parecen tener los mismos vicios.

No puede decirse tampoco que muchos de nuestros medios, por no hablar ya de esos tertulianos gritones que se prodigan en ciertas emisoras y cuyos argumentos producen a veces vergüenza, propicien el necesario entendimiento.

El último ejemplo lo tenemos en el escándalo en torno a una entrevista del ministro de Consumo, Alberto Garzón, en la que criticaba las «macrogranjas» como antiecológicas y por lo que suponen de maltrato animal y discutía la calidad de la carne que de allí sale.

En el diario británico The Guardian, con el que habló Garzón, se deben estar desternillando de risa al ver el revuelo originado en España por esas declaraciones «a un medio extranjero», como señalan en tono crítico quienes quieren ver al ministro «antipatriota» apartado del Gobierno.

Al ministro y a todo el equipo de Unidas Podemos porque no es un secreto que, al igual que muchos medios, una mayoría de los llamados «barones» socialistas, y seguramente en su momento el propio Sánchez, hubieran preferido una alianza con Ciudadanos.

Sólo que en vista de la errática deriva y jibarización de un partido que nació para ser bisagra, pero que demostró no dar la talla, es demasiado tarde para ello.

Está visto por lo ocurrido últimamente con Garzón que en política hay que saber mentir y sobre todo tener siempre en cuenta las repercusiones de lo que uno diga. Algo que evidentemente no hizo el ministro. Y aquí, ya se sabe, hay muchos buitres siempre en busca de carnaza.

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