La Provincia - Diario de Las Palmas

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El ocaso de los dioses

Garzón, Alberto, Garzón

Que muchos de los españoles -autonómicos, periféricos, insulares y no- sean cainitas, antropófagos de su historia, autodestructivos, acomplejados, miopes introspectivos y hasta necios, necias y necies, es un mal que viene persiguiéndonos desde hace al menos un par de siglos. No es fácil encontrar un país, una nación de nuestro entorno capaz de zaherirse a sí misma, de hacerse tanto daño, de insultarse, de menospreciarse más y más inútilmente que España. Si España descubrió el Nuevo Mundo, es un país genocida que debe pedir perdón al mundo nuevo pese a que los españoles inventaron el mestizaje y quienes dirigen esos países procedan de apellidos españoles, italianos, japoneses, alemanes o sirios (caso de los argentinos Carlos Menem, hijo de emigrantes sirios, Néstor Kirchner, descendiente de suizos o Mauricio Macri, de ascendencia italiana; los Fujimori peruanos; la chilena Michelle Bachelet, de bisabuelos franceses; o los mexicanos López Obrador, apellido maya y la indígena azteca Yeidckol Polevnsky, de su mismo partido). Algunos de ellos y ellas pertenecen al “Grupo de Puebla”, foro de la progresía izquierdista-indigenista de Iberoamérica donde militan, entre otras eminencias, Evo Morales, Rodríguez Zapatero e Irene Montero, cuyos nombres deben sonarles a ustedes dos más que el de Albert Einstein o Sigmund Freud.

Pero si Gran Bretaña dominó parte del mundo hasta la Segunda Guerra Mundial con un imperio hecho a sangre y fuego donde los ingleses jamás se mestizaron con la población autóctona (Hitler siempre se admiró de que los británicos dominaran un subcontinente como la India, de cientos de millones de personas, con tan solo un puñado de funcionarios y varias brigadas de «Casacas Rojas»), ese dominio, digo, es hoy la Commonwealth, que incluye a 54 países antes miembros del Imperio Británico, con una población de más de dos mil quinientos millones de personas y cuya cabeza es la soberana Isabel II, cuyo deber de reconocerla como jefa de la Commonwealth es requisito obligatorio para los países miembros. Mientras, en el mundo Hispanoamericano se destruyen los símbolos españoles: Colón, Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá, Pedro de Valdivia en Chile, Fray Junípero Serra en San Francisco, y una larga lista. En Australia, la población indígena ha desaparecido prácticamente y la que queda vive en condiciones de humillante subsistencia. Los pueblos indios que habitaron la actual USA y Canadá no solo fueron prácticamente exterminados, sino que hoy constituyen un cruel símbolo de aquellos tiempos: alcoholizados, regentando patéticos casinos o constituyendo minorías tan exiguas y desubicadas que resultan humillantes hasta las buenistas leyes que tratan de integrarlos en una sociedad que siempre los han despreciado. Y qué hablarles de Francia y su grandeur, empezando por Napoleón y sus conquistas «pacíficas» de media Europa acompañadas de expolios y robos de cuanto se le pusiera a mano (sobre todo obras de arte). Con la bandera de su civilisation, invadió países, nombró a hermanos y familiares como reyes de los territorios conquistados, y sus guerras causaron la muerte de centenares de miles de personas. Su tumba es hoy es venerada en Los Inválidos. Y una curiosidad: Napoleón ayudó a finiquitar la Monarquía francesa; cuando accedió al poder mediante un golpe de Estado, se autonombró Emperador (con tratamiento de Su Majestad Imperial), y, tras su muerte, Francia volvió a la Monarquía. Por no hablar de Francia y los franceses cuando fueron conquistados por Hitler hasta que duró el nazismo (liberación aliada de 1944). La inmensa mayoría de franceses se acostaba colaboracionista y se levantó militando en la Resistencia.

Pero en España todo sigue siendo diferente. Aquí no solo cierta intelectualidad canónica, artística, cultural, periodística, sociológica y política abomina de su pasado (menos de la II República), sino que sus propios representantes políticos se esfuerzan cada vez más en abjurar y avergonzarse de España, su historia y su presente, además de todos sus símbolos, empezando por la bandera. Así, no es de extrañar que un ministro Sin Cartera, la de Consumo, Alberto Garzón, vaya al diario emblema de la izquierda inglesa, The Guardian, para decir como ministro del Gobierno de España que exportamos carne de mala calidad (no recordó a los ingleses el «mal de las vacas locas»). El diario El País tituló el 5 de enero El Gobierno desautoriza a Garzón por sus declaraciones sobre las macrogranjas y él se reafirma: «las declaraciones son como ministro». Y el día 13, en una entrevista a la carta, el mismo diario titulaba sobre el mismo asunto, Alberto Garzón: «Si compras el marco de la derecha, estás derrotado». Es decir, y para que Garzón lo entienda: las declaraciones hechas por Garzón y desautorizadas por el Gobierno de Garzón, según El País, son un bulo de la derecha, según Garzón en El País. Y todos y todas tan contentos y contentas. Es Garzón contra el turismo español porque «es precario, estacional y con bajo valor añadido»; es Garzón contra el abyecto chuletón que tanto le gusta «al punto» a @sanchezcastejon; es Garzón animando una huelga de juguetes. Pero no oirán a Garzón ninguna crítica contra la indecente subida del recibo de la luz, del gas, del coste de antígenos; ni contra la subida de las cuotas de autónomos, ni contra las comisiones bancarias, ni contra el trato al ciudadano en muchas aerolíneas, operadores de telefonía, publicidad indeseada, o contra las largas colas a la intemperie con las que la administración pública tortura al ciudadano contribuyente. No, ahí Garzón es mudo individual y como ministro Sin Cartera. Ahí Garzón, Alberto, es Garzón, ministro del Gobierno de España. La España vaciada dentro de un Gobierno vaciado. A más ver.

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