Canarias afronta esta semana la Feria Internacional de Turismo (Fitur) bajo el asedio de la sexta ola de la pandemia, cuyo efecto viene lastrando las expectativas del mercado de invierno por las restricciones y contagios masivos que afectan a dos de sus principales clientes, Alemania e Inglaterra. Pero la industria turística global también se reúne agitada por otro reto de mayor perspectiva: pensar en el turismo del día después de la Covid-19, un análisis que ya se abría paso antes de la crisis sanitaria apoyado en la búsqueda de un modelo más sostenible, de mayor incidencia entre la población local y contrario a la desigualdad, entre otros parámetros promovidos por la ONU.

Los embates en el mercado primero de la variante delta y después de la ómicron dan paso a una reflexión que diluye la creencia de que «el turismo va solo», una máxima que empezó a zozobrar antes de la pandemia, en 2019, con la quiebra de Thomas Cook, gigante de los operadores y representante por antonomasia del turismo de masas, cuya dimensión quedó en evidencia al dejar varados por el mundo a unos 600.000 viajeros tras su bancarrota.

La contribución preeminente del sector turístico isleño al PIB nacional conlleva la responsabilidad extraordinaria del Archipiélago para liderar el cambio. La seguridad del cliente, principalmente la derivada de una asistencia sanitaria con estándares europeos, ha entrado con fuerza entre las exigencias del turista de la pandemia, una demanda que con toda probabilidad seguirá presente a la hora de elegir un destino vacacional una vez superada la crisis.

Canarias no es sospechosa de actuar a la ligera: lo ha demostrado con la organización de los controles aeroportuarios, la puesta en vigor del certificado covid, las restricciones horarias y la gestión pionera y exitosa de un brote en un hotel en el sur de Tenerife en los primeros días del coronavirus. Son garantías de eficacia en el abordaje de la emergencia de las que puede presumir frente a las autoridades de los países emisores, cuyos filtros sanitarios para los que retornan de las vacaciones acaban por incidir finalmente en la decisión de posponer el viaje.

Esta actuación de ‘microcirugía’, de trabajo arduo en pos del equilibrio de intereses en el contexto de una crisis sanitaria, viene a ser un anticipo, también un laboratorio de ensayo, para un nuevo escenario donde la toma de decisiones resultará trascendental para un sector cada vez más exigente, algo que requiere conocer todo de los turistas: de dónde vienen, qué les gusta; cómo pagan, o qué experiencias buscan como complemento. Una visión al detalle que compromete a Canarias con las tecnologías de última generación, el proceso masivo de la digitalización de datos y la formación al más alto nivel de expertos en marketing digital.

Canarias, por fortuna, tiene una tradición relevante en el despegue de la industria turística nacional, con una oferta alojativa que progresivamente se ha ido modernizando y que sigue haciéndolo, aunque no con la velocidad deseable. Su veteranía como destino constituye una fortaleza, pero también un handicap: la reconversión de una oferta obsoleta, en algunos casos en ruina, que frena otras inversiones alentadoras, ya sea en camas turísticas como en enclaves comerciales. El crecimiento urbanístico debe ir más allá del mero hecho recaudatorio por licencias para el ayuntamiento de turno o del interés pecuniario del promotor.

La competitividad y los cambios que se vislumbran en el negocio merecen que las iniciativas se miren con lupa, pese a las quejas de empresarios que amenazan con llevarse sus inversiones a otros lugares menos desburocratizados. No se puede correr el riesgo de amparar proyectos irreversibles que acaban dañando la principal fuente económica de las Islas, y en definitiva el bienestar de sus ciudadanos.

Somos un actor cualificado para incorporar al debate sobre el turismo tras la pandemia experiencias ejemplificadoras. Lanzarote, sin lugar a dudas, constituye un referente sobre un crecimiento equilibrado, donde el binomio naturaleza y cultura instaurado por César Manrique ha convertido la Isla en un precedente de la mutación que se avecina en el sector. El conservacionismo, por otra parte, ha sido la hoja de ruta de La Gomera, El Hierro o La Palma, territorios donde la etiqueta «verde» es un hecho.

Gran Canaria o Fuerteventura, con otro ritmo de crecimiento, han sufrido con mayor intensidad el proceso urbanístico, por lo que tendrá que recaer sobre ellas un esfuerzo mayor para adecuarse a una demanda más selectiva, con mayor poder adquisitivo y que ambiciona un valor añadido para su periodo vacacional.

A estas alturas nadie discute el rol del turismo como catalizador en la transición a la economía verde. No se trata de un proceso vertiginoso, pero empieza a madurar la tendencia hacia un turismo de circuitos más cortos y con mayor conciencia de los impactos en el destino. Canarias necesita articular un tratamiento distintivo para exprimir y rentabilizar sus atractivos artísticos, históricos, culturales o gastronómicos. Una apuesta por estos valores determina la capacidad regenerativa de la industria turística en la mejora del tejido socioeconómico de municipios afectados por la despoblación o, en su defecto, coadyuvar a la restauración de tradiciones erosionadas por la masificación.

Las estadísticas marcan la prioridad para el veraneante europeo en Canarias del ocio y la playa, pero ello no quita que empiecen a crecer tímidamente preferencias como la comida, la tranquilidad o la red de senderos. La aceptación turística de esta última oferta, desarrollada con fuerza en todas las Islas, demuestra de forma objetiva una perspectiva innovadora para inmiscuir a los municipios, cuyas economías elevan su nivel de ingresos y de empleo por las sinergias que procura el movimiento de turistas.

La recuperación, gracias a instrumentos como los ERTE, resulta un hecho que la variante ómicron retrasará. El día después está a punto de llegar para Canarias, pero mientras tanto hay que prepararse con denuedo para estar a punto ante la transformación que se avecina, una más a las que se ha enfrentado un sector que ha evolucionado con adelantos como la aviación, la creación de los grandes resorts, los apartamentos o las villas.

El Archipiélago, con una meteorología privilegiada para ser un destino vacacional durante los 365 días del año, debe aprovechar su historial de éxitos turísticos, pero también prepararse para reinventar su oferta paulatinamente, aunque sin pausa. El progreso y bienestar de los isleños depende de esta industria. Hay que cuidarla, mimarla y volcar sobre ella todo el conocimiento posible.