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Observatorio

¿Por qué Macron puede perder?

¿Por qué Macron puede perder? Voting in French election illustration

El perjudicado podría ser el presidente: se enfrentaría a Valérie Pécresse, candidata de la derecha tradicional, que censura su ‘quinquenio del desprecio’

A tres meses de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas (10 de abril), avanzo un pronóstico: Emmanuel Macron, el presidente saliente, puede perder. En este artículo intentaré explicar los porqués. La condición sine qua non está ligada al desenlace mismo de la primera vuelta: todos los sondeos apuntan que el líder de La República en Marcha (LRM) llegará en primer lugar, con una horquilla de entre el 23% y el 25% de votos. Su suerte electoral vendrá determinada por el candidato que se sitúe en segunda posición y le dispute la segunda vuelta (24 de abril).

Hasta inicios de diciembre la reelección de Macron parecía asegurada. Disputaría la segunda vuelta a uno de los dos candidatos de la extrema derecha: Marine Le Pen, a la que ya derrotó en las presidenciales de 2017 o el emergente Éric Zemmour, un populista ilustrado –diplomado en Sciences Po y excronista de Le Figaro– que ha hecho fortuna como tertuliano. Macron ganaría ante cualquiera de los dos. Este fue el caso de Jacques Chirac en 2002: sumó dos récords consecutivos: la mayor sanción de un presidente saliente en la primera vuelta (19,8%) y el porcentaje más alto en la segunda (82,2%), ante Jean-Marie Le Pen.

No existe aún en Francia una mayoría de ultraderecha. Los votantes, llegado el momento, acuden a las urnas con una pinza en la nariz para evitar el mal mayor y apoyar al candidato que defiende los valores republicanos. El problema para Macron es que una candidata de la derecha tradicional se impuso el 2 de diciembre en las primarias de Los Republicanos (LR), herederos de la tradición gaullista. Su nombre: Valérie Pécresse, de 54 años, exministra y actual presidenta regional de Île-de-France. Los sondeos la sitúan en segunda posición en la primera vuelta (17,9%-16,1%) por delante de Le Pen y de Zemmour, que empatan en intención de voto (15,4%-13,6%). Tomo como referencia la encuesta con la muestra de mayor tamaño publicada hasta ahora (10.928 personas).

En este contexto, el factor Zemmour puede ser determinante: este outsider no conseguirá pasar a la segunda vuelta, pero puede restarle a Le Pen los votos que necesita para repetir la segunda posición de 2017. El gran perjudicado de esta carambola electoral podría ser Macron, presidente saliente, que se enfrentaría a una dirigente de la derecha tradicional, con un partido estructurado y sólidamente anclado en el mapa municipal y regional del Hexágono.

El talón de Aquiles de Macron es que En Marcha –el movimiento que fundó a imagen y semejanza de una startup de la nueva política– no ha arraigado en el territorio. De ganar Pécresse, representante del ala liberal y europeísta de la derecha, sería la revancha de la llamada vieja política que Macron derrotó en 2017. Se confirmaría una crítica que el expresidente Hollande lanzó al nuevo mundo que auspiciaba Macron: «El viejo mundo tiene un nombre. Se llama democracia, con los partidos, los sindicatos, un parlamento, la prensa... No comparto la idea de que todo debe desaparecer y que basta con tener las redes sociales».

Y, finalmente, otro porqué de la fragilidad de Macron está ligado a su propio perfil: llegó a la presidencia sin haber desempeñado antes cargo electo alguno, algo inusual en la política francesa. Macron es un producto de las élites: enarca (Escuela Nacional de Administración), inspector de finanzas, gestor de la banca Rothschild, secretario general adjunto del Elíseo con Hollande y ministro de Economía. La protesta de los chalecos amarillos –un movimiento que recoge las fracturas de la Francia rural– evidenció la falta de reflejos políticos de Macron: un presidente-alcalde sabe que debe corregir el rumbo si cada sábado se manifiesta más gente en su contra.

Ahora Macron ha protagonizado otro episodio polémico: en una entrevista con un panel de lectores de Le Parisien dijo que iba a «emmerder» («joder») a los no vacunados y cuestionó incluso que fuesen ciudadanos: «Un irresponsable no es ya un ciudadano». Sus palabras se prestan a una doble lectura: refuerzan, según sus partidarios, el papel presidencial, y lo rebajan, según sus críticos. Más de 100.000 personas se manifestaron el sábado, 8 de enero, en toda Francia con una doble consigna: Macron, on t’emmerde y Pagamos impuestos, respetamos la ley; ¡somos ciudadanos!. Pécresse terció en la polémica: «Habrá que acabar con este quinquenio del desprecio». La respuesta: en tres meses.

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