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Gento y el abuelo Jesús

Yo jamás he pagado una entrada para ver un partido de fútbol. Cuando era niño, muy niño, me colaba papá por la puerta de vestuarios cuando llegaba, en manada, con los fotógrafos, tanto a Sarriá como al Camp Nou. Entraba cogido de su mano, a veces disimulando, cargando con su Leica, camuflado entre papá Campañà, Nicolás González y el tío Kike.

No tenía ni 10 años. Salía al césped por la boca de vestuarios como los futbolistas, saltaba la vallita de madera de Sarriá e iba al encuentro de mi abuelo materno, Jesús Arribas, que siempre me guardaba un asiento a su lado. Y así veía todos los partidos del Espanyol. En el Camp Nou, era mucho más difícil colarme.

Y es que el abuelo Jesús, no solo había sido jugador del Espanyol, no solo murió, en el año 1990, siendo el socio nº 2 del club blanquiazul, sino que fue uno de los árbitros más importantes de España entre 1929 y 1948, arbitrando tres finales de Copa (1931, 1933 y 1939). Eso sí, el abuelo era la discreción personificada. Nunca un grito, jamás un gesto feo, siempre consejos serenos y una pulcritud en todas sus actitudes exquisita.

Así le contaba ayer a mi amigo Alfredo Relaño cómo vi jugar en Sarriá más de una vez al gran Paco Gento, del que los que ahora escriben de fútbol, alardean en Twitter y protagonizan tertulias interminables en Twitch, jamás habían oído hablar, ni sabían quien era.

Se ha muerto uno de los nuestros, de aquellos que nos hicieron escribir grandes historias y, de la misma manera que nosotros ya estamos casi desaparecidos de nuestro mundo, ahogados por las nuevas tecnologías, redes y el periodismo que dura 12 minutos, ellos, los grandes, los veloces, los extremos de verdad, van dejando hueco a los Vinicius Júnior.

Me recordaba Relaño que el primer año de Gento en el Madrid fue idéntico al de Vini. Santiago Bernabéu le quería despedir y Alfredo Di Stéfano le dijo «¡ni hablar, presidente!, Gento tiene velocidad y le pega al balón como si tuviese un cañón en su pierna izquierda. Eso no se aprende, se trae. Lo demás se lo podemos enseñar».

Y acabó siendo el gran coleccionista de títulos de la Casa Blanca.

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