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Reflexión

Y el ministro dijo, mu...

En el octubre pasado Greenpeace lanzaba bajo el lema «de la mierda de las macrogranjas, ni mu» una campaña informativa por la que pide una suerte de paralización de la llamada ganadería industrial y moratoria en lo que define como macrogranjas, reclamando una mayor información sobre dicha actividad. Conforme a ello me atrevería a decir que por supuesto nuestro ministro de consumo Baltazar Garzón ha dicho en ese sentido Mu, alineándose sin duda con las demandas promovidas por Greenpeace y otros muchos grupos ecologistas y de distinta índole contrario a un modelo producción industrial que poco tendría que ver quizás con la historia de la ganadería.

Puede que ambientalistas, decrecionistas o neopobristas, para utilizar el término acuñado por Felipe González recientemente, tengan a tales efectos algo de razón. El consumo de carne ha sido desde siempre un lujo que el ser humano ha reservado en exclusiva a determinadas clases y élites privilegiadas. Los pobres apenas comen o han comido nunca carne. Quizás alguna sopa de paloma, como las que hacía mi abuela, o alguna liebre mal cazada de forma clandestina en los cotos privados del monarca. Por supuesto, lo que llamamos capitalismo con su revolución industrial ha transformado dicha historia y panorama, provocando a la postre una democratización del consumo que algunos pueden considerar como contrario a la naturaleza humana o al propio planeta que lo alberga de la forma que a veces se declara.

Si hay algo que a la postre pueda caracterizar el desarrollo económico y al crecimiento de las rentas provocada bajo el capitalismo, la globalización o el progreso industrial, etc. ese algo lo representaríamos sin duda en términos de evolución del consumo de carne, comprobando que a medida que ha aumentado la renta per capita ha aumentado dicho consumo; o, que bajo el ritmo de los avances tecnológicos, mejoras genéticas, procesos industriales, cadenas de frío, transporte, etc los rendimientos y producciones ganaderas, tanto en carne como lácteos, se han multiplicado casi más que cualquier otra cosa, constituyendo la proteína animal una parte creciente de la ingesta de las calorías diarias que alimenta a la población del mundo.

Casos paradigmáticos serían naturalmente los de China e India; y, en las proyecciones sobre necesidades de consumo y producción de alimentos que requerirá el mundo para los próximos años, destaca por supuesto las del crecimiento de la carne como componente creciente de las dietas alimenticias a lo largo y ancho del planeta. En todo caso, no convendría olvidar que los mercados pueden tener también un tope y que sobre nuestras necesidades de alimentos y calorías puede existir un límite que no es posible traspasar. Un análisis de la situación y evolución de las dietas y el consumo de alimentos en los países más ricos y desarrollados nos lo podría afirmar, permitiendo comprobar que hay fronteras también que no es posible tampoco saltar.

Posiblemente el negocio de alimentar al mundo habrá que saberlo situar en unos límites que no pueden ir más allá de unas 3000 calorías diarias por persona, o hablando decarne en unas cifras que no pueden superar los 100 kg/año per cabeza como mucho. Desde esa perspectiva me atrevería por tanto a decir que el mercado de la carne ya va camino de la saturación, de manera que si se mira bien más que hablar de una guerra contra la carne en lo que en realidad andamos es en una guerra por la carne cuyos resultados pueden ser nefastos para todos si acabará mal.

Nuestro ministro de consumo por supuesto ha dicho Mu, destapando sin duda la ira de muchos productores españoles altamente competitivos. Y no sin razón. Posiblemente se ha dejado llevar por sus querencias, alianzas y compromisos políticos, obviando la necesidad de marcar distancia y de saber distinguir a las claras las diferencias existentes entre el activista comprometido, sometido a unos intereses que tampoco tienen que ser ilegítimos; y el gobernante responsable obligado para con el bienestar de todos. Habrá que entender que en toda guerra, incluida la de la carne, no falta nunca el fuego cruzado, ni las campañas de intoxicación informativa sobre las que confluyen intereses múltiples que conviene medir y analizar con el debido rigor.

No hay duda de que en el ámbito de la agricultura y la alimentación todos los gobernantes del mundo se enfrentan hoy a presiones de diverso tipo, desde las de tener que luchar contra sus efectos perjudiciales sobre el medio ambiente, la misma salud, etc. a las de tener que velar por asegurar la producción y los suministros para cubrir las necesidades de alimentos de todos. Así que de manera simplificada casi me atrevería por tanto a decir que hoy en la guerra por la carne podríamos ver quizás dos modelos de futuro enfrentados. Uno convencido quizás de la necesidad de volver al pasado y de dejar de crecer para alimentarnos, reclamando cosas como una suerte de vuelta a la autarquía en defensa de una hipotética soberanía alimentaria, apta por supuesto para los territorios más fértiles. Otro, destacable más bien por su empeño por profundizar sobre lo avanzado, apostando por acelerar en la innovación y en la búsqueda de la eficiencia, bajo términos de marca y calidad, que redundan especialmente en beneficio de los más o mejor capitalizados.

Determinar cuál puede ser nuestro mejor futuro es sin duda cuestión de todos. Por ahora parece que el ministro de consumo se ha inclinado en su caso por algo que da la impresión no es del todo compartido por algún otro ministerio, socios de gobierno y miembros de la oposición, o, quizás por algo más importante, parte de la comunidad internacional que considera a la seguridad alimentaria como el primer derecho a cuidar. Yo por mi parte, hoy por hoy, también diría que más que hacerme vegano reclamaría primero a cualquier gobierno más control, inspección e información sobre la carne que me da a comer.

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