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La suerte de besar

Entusiasmo

Siento debilidad por esta actitud. Y siento más debilidad aún por las personas que la profesan. Zapeando entre múltiples emisoras de radio escuché a una mujer hablar sobre el entusiasmo y me enganché a ella como una lapa a una roca en el mar. Lo curioso es que el debate radiofónico estaba centrado en el miedo y en cómo se usa esa emoción para tener a toda la ciudadanía sometida y manipulada. Entre tanto agorero, ella levantó la voz y defendió que le gustaba y confiaba en la gente que ve la vida en clave de entusiasmo. Profesionales que creen que es posible gestionar macroproyectos, como un país o una gran empresa, incorporando esa actitud en su base. Ella nombró esos dos ejemplos, pero yo añado que, también, deberíamos ser capaces de disfrutar con los microentusiasmos. Sin ir más lejos, la propia vida, el núcleo familiar o la red de amigos, por ejemplo.

Los griegos creían que las personas entusiastas tenían un dios dentro de sí, que estaban poseídas por una fuerza y sabiduría superiores que las guiaban y empujaban a cambiar las cosas. Pensaban que poetas, profetas o enamorados tenían esa cualidad. Oficios y estados anímicos que, por cierto, no están nada demodé. Los poetas son capaces de describir la ilusión, el amor, la valentía, la empatía o el abandono. Unen términos, esbozan emociones y giran palabras y, mientras, nosotros disfrutamos. Recuerdo a Amanda Gorman el día de la toma de posesión de Joe Biden y, sí, me atrevería a describirla como una entusiasta. No tengo dudas sobre el enamoramiento como estado apasionado por antonomasia. Cuando me enamoro sé que soy capaz de mover alguna montaña, estoy convencida de que hago aparecer más estrellas que nunca en el cielo y que tengo capacidad para perfilar una luna llena mucho más grande y nítida. Y, si ese estado es recíproco, es el no va más. Con los profetas tengo dudas. Me pregunto si los políticos o los sacerdotes creerán que tienen ese don. ¿Pensará Pablo Casado que interpreta señales cuando, por ejemplo, hace sus declaraciones sobre el declive de la sociedad española con un corderito en brazos? A pesar de que la mayoría de políticos, sean del color que sean, tengan ese tonillo profético, ninguno es capaz de moverme la fibra del entusiasmo ni nada que pueda parecerlo. Qué pena. Sí lo inspiran quienes trabajan por cambiar el mundo. Médicos, activistas o profesionales de oenegés que dedican todo su potencial a hacer que todo esto sea mejor.

Mientras escuchaba a la tertuliana, me preguntaba si no serán igualmente valiosos los microentusiasmos. Pensé en mi abuela y la recordé zambulléndose en el mar durante horas. Cuando el tiempo lo permitía, lo hacía a diario y siempre lo disfrutaba. «Creo que es la mejor nadada de mi vida», me decía día sí, día también. Esa actitud debe de ser heredable porque mi madre hace lo mismo. Cada vez que cocino algo para ella, que no suele pasar de un arroz blanco hervido, le parece que es una auténtica delicatesen. O en mi tío, que es feliz yendo a pescar calamares. O en todas esas personas que disfrutan con algo y son lo suficientemente generosas como para compartirlo con los demás y, en concreto, conmigo. Mola mucho tenerlas cerca. A todas ellas, gracias.

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