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Cristina Manzano

Observatorio

Cristina Manzano

Estados Unidos: ¿hacia el abismo?

Todo está en la ficción. Prófugos tratando de cruzar la frontera con Canadá, huyendo de una distópica dictadura ultraconservadora, armada hasta los dientes y misógina. El cuento de la criada dibuja un mundo muy oscuro, un escenario que, para algunos, podría estar acercándose peligrosamente.

En las últimas semanas un buen número de analistas ha jugado con esa posibilidad: la inevitable inercia de sociedades y gobiernos hacia el sonambulismo, a dejarse arrastrar hasta que la situación se precipita hacia el abismo. La conmemoración de los aniversarios del asalto al Congreso y de la toma de posesión de Joe Biden ha llevado a muchos a preguntarse qué pasará si en 2024 vuelve a ganar Donald Trump. Y el panorama se ha ensombrecido ante unas perspectivas poco tranquilizadoras. A ello han contribuido tres factores principales.

Por un lado, la cantidad de libros, encuestas de opinión y artículos que han vuelto a poner de manifiesto, con más rotundidad si cabe, la profunda polarización en la que están instaladas la sociedad y la política estadounidenses. El dato más representativo son los votantes republicanos que siguen pensando que los demócratas robaron las elecciones a Trump –hasta un 80% en varios sondeos–, muestra de la fragilidad de la confianza en el sistema. Junto a ello, el creciente número de quienes justifican el uso de la violencia si las cosas siguen empeorando. Eso en un país con 400 millones de armas que no están en manos de las fuerzas de seguridad.

Estados Unidos: ¿hacia el abismo?

La obra que más notoriedad ha alcanzado es ¿Cómo empiezan las guerras civiles?, de la historiadora Barbara Walters, que ha suscitado toda una discusión sobre la posibilidad real de llegar a ese extremo.

Por otro lado, la frustración generalizada –¿e injusta?– con la Administración de Biden. El rápido progreso inicial en la lucha contra la pandemia se estampó pronto con el muro de los antivacunas; el impulso económico se ha visto frenado por una rampante inflación y por el fenómeno de la gran dimisión, el abandono voluntario de más de nueve millones de trabajadores de sus puestos de trabajo. Y la ambiciosa agenda legislativa del presidente se ha topado con la realidad de un Congreso en el que ni siquiera cuenta con todos los apoyos de su propio partido.

Por último, el propio rearme de Trump al frente del Partido Republicano. Incluso con varios procesos abiertos, el expresidente se ha consolidado como único referente para una formación que se aleja a marchas forzadas de la centralidad. Muchas de las acciones lideradas por republicanos no pasarían el corte de primero de democracia, como las leyes de supresión de voto que han impulsado en varios Estados. Hoy el debate sobre una posible escisión entre moderados y ultraconservadores parece acabada. Al que no esté de acuerdo, lo acaban echando de su puesto, como le ha ocurrido a Liz Cheney por apoyar el segundo impeachment a Trump.

Así las cosas, todo apunta a que el Partido Demócrata perderá su exigua mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre, lo que dificultaría aún más la tarea legislativa de Biden. La visión de un presidente Trump 2.0 produce sudores fríos a más de uno.

Al poco de llegar el magnate a la Casa Blanca, David Frum publicó en The Atlantic un ensayo-ficción premonitorio: Cómo construir una autocracia. Ahí fue imaginando las muy diversas formas en las que su presidencia erosionaría la democracia y las instituciones. Cinco años después, el dinosaurio sigue ahí.

Biden tiene todavía pendiente ejercer esa función sanadora que permita a las dos grandes partes de la ciudadanía americana volver a hablarse. Las emergencias del día a día y, posiblemente, su edad no le han permitido hasta ahora patear el país tratando de acercarse agentes de toda condición. Tampoco la vicepresidenta Kamala Harris está cumpliendo esa función. Si acaso, es la primera dama, Jill Biden, quien recorre kilómetros y kilómetros en nombre de su esposo. Tal vez ahí encuentre el presidente el impulso necesario.

Fuera de eso, solo cabe encomendarse a que las políticas lanzadas logren enderezar la situación sanitaria y económica, hacer que la democracia funcione para todos, y creer en la resiliencia de las instituciones para evitar llegar, de verdad, al borde del abismo.

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