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Punto de vista

La isla interior

Hace años escribí en las páginas de Prensa Canaria sobre la isla de San Borondón». Existe un artículo recogido en un ensayo propio titulado Una lectura crítica de la realidad. De Sísifo a San Borondón, de la editorial Mercurio (2020). Y hace unos días, en televisión, en La 2, proyectaron la película La isla interior, de los directores canarios Dunia Ayaso y Félix Sabroso, rodada en Las Palmas de Gran Canaria. Está considerada por la crítica una de las mejores películas dramáticas del cine español de los últimos tiempos. No voy a comentar esta película, sino la conexión entre la isla de San Borondón y la interior.

Curiosamente de San Borondón narré de forma metafórica que un canario se había ido a vivir allí porque en la tierra firme el mundo donde nació no se podía cambiar y allí vivía más feliz y la libertad de Sísifo consistía en subir y bajar la roca. De La isla interior uno de sus directores señaló que era obligado hacer esta creación cinematográfica ante la imposibilidad de cambiar.

Todo tiene un «histórico» y las creencias pesan, no importan su veracidad. Lo perturbador puede emerger en determinados contextos y lo habitual es que las noticias de hoy no tengan narración, se habla de lo que alguien dice que habló. Todo parece un simulacro de lo real, con una conciencia que actúa como si nada ocurriera. El silencio hace que algunos adulteren las palabras y eso es tomado por cierto. Todo se descontextualiza y de forma diabólica se personaliza. Suele haber intereses en el simulacro de la verdad.

La lucha por sobrevivir, por salir adelante, es lo común a los mortales y a los pueblos. Unos y otros traen sus miedos a sus historias y una sensación de náufragos de sí mismos, de sus narraciones, de su lugar, de su orilla, en su grandeza y debilidades, en la lucha por poder avanzar sin añoranza ante un futuro que se estanca como el agua en una charca de una reciente lluvia, que lo único que te provoca es náuseas o, al pisar, el enfado por ensuciarte los zapatos.

La tragedia está en que saben que los pueblos y las personas se necesitan, pero siempre acaban dándose la espalda, con acento en los inconvenientes y sin poder descifrar y trasmitir la ayuda que unos a otros requieren, porque quizás sus problemas se parecen demasiado y la lucha por la supervivencia es feroz. La soledad, la desolación, la delirante repetición de lo diario y el amor a la nada, hacen que todo se vuelva hastío y atraviese el gris humo. Carlos Fuentes, en la cita que acompaña a la película, a modo de orientación, dice que venía de una familia donde cada uno de sus miembros daña a los demás y luego se dañaban a sí mismo. Podíamos decir que hay comunidades que hacen sufrir a sus ciudadanos y luego estos se dañan unos a otros, mediante las conspiraciones, las divisiones, los bulos, estigmatizaciones y falsedades diversas. Muchas veces París no es una fiesta, aunque Hemingway nos diga lo contrario. Y los españoles, como decía Felipe II, son grandes en la grandeza y ruines en la pequeñeces.

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