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Desde la sala

El síndrome de los «abuelos esclavos» se perpetúa

La escritora Anna Freixas en su reciente libro Yo, vieja: apuntes de supervivencia para seres libres, afirma que «estamos abusando de los abuelos como cuidadores de los nietos, perpetuando así el sistema patriarcal». Su planteamiento me trae a la memoria un reportaje emitido por televisión en el que se constataba que el fenómeno de los denominados «abuelos esclavos», lejos de reducirse, va a más, pese a que sólo una de cada nueve personas mayores que cuida de sus nietos lo hace por decisión propia. Los demás se sienten obligados a hacerse cargo de ellos, y alrededor de un veintidós por ciento lo hace durante más de siete horas al día. Y es que, desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de abuelas y abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de los más pequeños de la casa, hasta el extremo de convertirse en auténticos padres y madres sustitutos. Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante desde el momento en que no se recurre a ellos de forma ocasional y voluntaria, sino permanente y obligatoria. En otras palabras, que esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, por lo tanto, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. De hecho, ya se oyen voces de «víctimas» que reclaman una retribución económica compensatoria por sus servicios.

No cabe duda de que este contacto entre generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional, pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudoempleo, con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad. No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios hijos e hijas, semejante exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Se trata de una patología que los psicólogos llevan tiempo bautizando como «síndrome del abuelo esclavo». Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora, llevando a los menores al colegio o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. A partir de entonces, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los chiquillos cuando se arrancan a correr. A última hora de la tarde recalan en su domicilio, donde acuden al rescate unos padres habitualmente cansados que limitan su contacto paternofilial a la hora del baño y la cena. Así, hasta el ansiado fin de semana cuando, como ulterior signo de inmolación afectiva, se vuelven a hacer cargo de las criaturas alguna noche de viernes o sábado para que sus progenitores puedan desconectar de la rutina merced a algunas variantes del ocio, que van desde la cena romántica al estreno cinematográfico, pasando por la cura de sueño.  

Meditar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque es evidente que la máxima responsabilidad de que esta triple relación funcione correctamente recae sobre la segunda, guste o no. El cuidado de nietas y nietos de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho de gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Lo que no es de recibo es que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que, en honor a la verdad, no les corresponde ni por obligación ni por devoción.

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