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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Aprobar en la ‘Gran Reclusión’

El efecto de la Gran Reclusión de la pandemia en la educación es un escenario que se observa con cierta intranquilidad, dada la erosión que haya podido causar la semipresencialidad junto a los problemas del sistema público para generalizar el uso de las herramientas digitales. Estas variantes covidianas se unen al atraso crónico en indicadores como la comprensión lectora, siempre en números rojos en los informes Pisa. En la búsqueda de elevar el nivel, el Ministerio acaba de lanzar la propuesta de un examen especial para entrar en Magisterio y una evaluación a los profesores para poder ascender. Veremos en qué acaban. Pero lo más suculento en el ámbito educativo ha sido, que, pese a los temores, no nos hemos hundido en el abandono escolar temprano (jóvenes de 18 a 24 años que se van sin haber conseguido como mínimo un título de Bachillerato o de FP), sino que por primera vez en la historia baja al 13, 3% (estaba en 16,3 en 2020) y se acerca a la media europea del 9,7%. Canarias, asombrosamente, descendió desde el 18,2% a un elocuente 11,8%.

El efecto sanador de la pandemia sobre el modelo educativo nos lleva a pensar, de inmediato, en la capacidad de los alumnos que tienen como proyecto cercano de vida marcharse del instituto, pero que deciden no hacerlo a la vista de que la Covid-19 les facilita el aprobado, además de horizontes más óptimos para el uso de la chuleta en el caos de los exámenes no presenciales. Una enseñanza basada en la superación por escrito de unas preguntas lleva aparejado este tipo de milongas. Siempre ha sido así y no se iba a recurrir a la prueba oral en plena efervescencia de la maldita pandemia.

Entiendo que bastantes miembros de la comunidad educativa me tachen de desgraciado para arriba por juguetear con la apuesta del aprobado general (todos queremos a nuestros hijos), por lo que para compensar ofrezco otras hipótesis sobre qué ha podido ocurrir en el sistema para progresar adecuadamentre durante la Gran Reclusión. En el caso específico del Archipiélago se habla del turismo cero y de la inexistencia de contratos en el sector, vivero de los que abandonan las aulas para trabajar principalmente en la hostelería. Un freno al crecimiento económico que beneficia a la estabilidad de la formación educativo. Una teoría, entiendo, con poco peso para afectar a una bajada tan clamorosa de los abandonos temprano. Pero ahí queda.

Una causa más creíble se circunscribe a la precariedad del empleo y a la inoportunidad de aceptar una oferta laboral con un sueldo bajo, incapaz de garantizar una independencia. El estudiante decide finalmente posponer su marcha y esperar a tiempos mejores, mientras se las ingenia para conseguir un título académico, un logro no tan difícil de alcanzar dada las circunstancias amparadas por la pandemia. Y ya por último, una mejor formación de los padres, que han convencido a sus vástagos de la relevancia de tener un título en un mercado cada vez más competitivo.

Como en tantas cosas peliagudas, es probable que exista una mezcla de factores y que ninguno sea determinante. Resulta perturbador, no obstante, que el cambio para bien en la educación germine bajo la mayor pandemia ocurrida. Nunca es tarde. Quizás sea demasiado pronto para hacer una valoración con aproximada exactitud sobre qué ha pasado en este tiempo de desgracias. De pronto, puede suceder que se haya impuesto una nueva visión para afrontar la vida, donde el estudio y el afán de conocimiento sean prioritarios, incluso para los que tenían entre sus planes preferentes una fuga. Según las cifras, dado que ha sido en tiempo de pandemia poca culpa hay que atribuirle a la gestión política.

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