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Juan Gaitán

El ruido y la furia

Juan Gaitán

De indiferencia

Empieza hoy la temporada ciclista internacional con la Challenge Mallorca y el viernes llega al Palau de Congressos de Palma un elenco de expertos para hablarnos de la nueva era del ciclismo mundial, esa generación 3.0 llamada a marcar una época. Cada generación cree que con ella empieza la Historia (y es cierto que la insultante juventud de los campeones –de Tadej Pogačar, Egan Bernal y Mathieu van der Poel a la promesa de Juan Ayuso– presagia unos años dorados), para descubrir más tarde que la gloria se renueva sólo en la tradición de los mitos. Curiosamente no fue un ciclista quien me descubrió la estirpe a la que pertenecen los héroes, sino un periodista radiofónico, Javier Ares, que este viernes conversará en Palma con otro mito: Alberto Contador, el mayor de los ciclistas españoles contemporáneos; y también con Eusebio Unzué, el eterno gerente general del equipo Movistar, y con el periodista de RTVE, Carlos de Andrés. Pero los mitos –y Contador sin duda lo es– necesitan a los viejos cantores de sus proezas –los aedos– para que su fama alcance la inmortalidad. Y Ares ha sido el Homero de nuestra infancia y de nuestra juventud, el poeta de palabra precisa y castellano inmaculado, el hombre de voz quebrada que alimentaba nuestra imaginación, mientras lo escuchábamos tendidos en la cama o sentados bajo una parra, verano tras verano, a la hora de la siesta, antes de ir al mar y a las ásperas rocas de nuestra adolescencia.

Era aquel un mundo que hoy apenas sabríamos reconocer, con nuestra sobreabundancia de imágenes mediáticas que inhiben la fantasía a cambio de más realidad. Nuestra infancia fue diferente, quizás la última generación que se alimentó más de la palabra escrita –libros, revistas, prensa– y de la palabra hablada que de la imagen. En esa batalla de Accio entre dos mundos, uno de ellos estaba llamado a desaparecer –o a quedar muy empobrecido, al menos–, lo cual no es bueno ni malo, sino sencillamente un hecho. Cada generación se cree la primera y tal vez también la última; y no pasa nada por ello, sino el tiempo y nuestro propio cansancio, que conduce a la melancolía. Javier Ares, aquel joven pucelano de apellido griego, levantaba acta del combate entre los gladiadores del ciclismo, ya fuera en el Tour o en La Vuelta, junto a Luis Ocaña –un maestro, un sabio del deporte, un hombre también melancólico, que terminó quitándose la vida– y a Pepe Gutiérrez, en la extinta Antena 3. El boletín de noticias, hora a hora, prendía el caldero de los sueños, mientras se sucedían los nombres de las cimas míticas: el Télégraph y el Galibier, el Iseran y el Izoard, el Tourmalet y el Mont Ventoux, donde Petrarca –un Viernes Santo de 1336, día de muerte y desolación– quiso emular al rey Filipo V de Macedonia en su ascenso al monte Hemo de Tesalia. Javier Ares nos hablaba de todo ello y nosotros teníamos que recorrer aquellos parajes de niebla, alumbrados sólo por la palabra, subyugados por la magia radiofónica de un locutor legendario, a quien tanto debemos. Javier Ares fue el más grande y hoy, en Eurosport, lo sigue siendo.

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