Nadal desmonta al robot ruso. Ahora que todo lo interpretamos en términos de pandemia, Rafael Nadal ha desmentido a los epidemiólogos, al ganar un Grand Slam solo un mes después de sufrir una covid nada trivial. Dado que esta hazaña queda lejos del alcance de la inmensa mayoría de tenistas no contagiados, la lección inaugural es que del coronavirus se sale, y a veces mejorado.

En sí misma, la victoria de Madal en Melbourne justificaría el entusiasmo desbordado en torno al tenista mallorquín. Al recordar que ese triunfo se ha repetido 21 veces en tres continentes, el mundo carece todavía de la potencia mediática suficiente para jalearlo en su justa proporción.

Los Grand Slams constituyen el ranking aprobado masivamente de eminencia tenística, al igual que la Champions en fútbol, los anillos NBA en baloncesto o los Juegos Olímpicos en atletismo. Por tanto, Nadal es ahora mismo el mejor tenista de la historia, no solo por sus 21 trofeos sino por haber sido el primero en alcanzarlos.

Debido a una cuestión tan elemental como la fecha de nacimiento, Nadal siempre sufría un retraso horario respecto a los títulos de Roger Federer. Deja de ir rezagado, y asume el trono único con todas sus consecuencias. La troika por orden de llegada Federer/Nadal/Djokjovic salta temporalmente por los aires, uno de los triunviros adquiere el rango imperial y recupera la ambición de incrementar el recuento en el próximo Roland Garros. Por supuesto, ningún emperador romano puede competir en logros y gloria con los deportistas aquí citados. Nadal se consolida en los laureles tras el exilio autoimpuesto de Djokovic, que ganó tres finales de Melbourne al mallorquín y que lo eliminó en su única participación en un Grand Slam de 2021.

Alguien protestará que una final se disputa entre dos jugadores, pero en el Open de Australia no había nadie al otro lado de la red. El llamado Daniil Medvedev, con un nombre ideal para quien acabaría arrojado a los leones, es en realidad un robot ruso. Los ingenieros de Putin lo han construido con las facciones de Dostoievski, y tendrán que ajustarle alguna tuerca para que pueda asomarse al club de los vertiginosos propietarios de una veintena de grandes títulos. 

Cuando Kaspárov perdió su segundo enfrentamiento con Deep Blue, reconoció que no había concedido la importancia suficiente al ordenador de IBM. Es un error que jamás cometería Nadal, y mucho menos en el partido decisivo. No andaban desencaminados quienes hoy esconden su pronóstico de que el favorito era el Dostoievski de la raqueta. Salvo que este vaticinio sería correcto en cuartos, nunca en una final de Grand Slam. 

El tenista mallorquín desmontó con paciencia al robot ruso. Quedaría muy literario señalar que el Dostoievski con raqueta perdió la final que tenía ganada porque ya en El jugador demostró que cuando sus personajes están a punto de obtener la victoria, recapacitan fatalistas que todo triunfo es injusto y exagerado.

En realidad, Medvedev extravió su ventaja por empeñase en imitar a Nadal con pésimas decisiones junto a la red. El robot diseñado en prosa se creyó la pamema de la Inteligencia Artificial, y se empeñó en versificar. Le hundió la creatividad, sobre esta Tierra solo hay lugar para un Picasso.

Son también impagables los bramidos de los exégetas de Nadal para agrandar innecesariamente los honores que merece su héroe, cuando bastaría reseñar que anuló psicológicamente a su rival robótico en cuanto despertó y comenzó a sacar con cierta pericia.

Los triunfos inenarrables de Nadal al borde de los 36 años obligan a sopesar el factor edad, ahora que se acusa con ligereza de ignorantes a los mayores. El campeón del mundo no se ha digitalizado, y demuestra dos leyes contradictorias solo en apariencia. La primera, que los años no cuentan. La segunda, que se debe revalidar la excelencia cada día, todos los cargos vitalicios son miserables. O eso, o dejas de aplaudir a Nadal.