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Emilio Vicente Matéu

Punto de vista

Emilio Vicente Matéu

Otro sistema educativo

Pertenezco a esa generación de docentes que inició su vida profesional con la Ley General de Educación de 1970; una ley que, en opinión de muchos, en su conjunto puede que sea de las mejor logradas entre cuantas se han promulgado en España. Desde entonces ya han pasado más de cincuenta años y se han sucedido nuevas leyes coincidiendo con la llegada al gobierno de los distintos partidos políticos; unas veces por la necesidad de adaptarnos a las nuevas situaciones sociales y políticas; otras por cuestiones meramente ideológicas; otras por el deseo de potenciar determinados conocimientos o seguir las pautas que nos marca Europa. Y a cada una se la conoce con el nombre del ministro de educación de turno.

El título que todas estas leyes tienen en común es la palabra «educación», lo que nos permite suponer que, al menos en su principal propósito, lo que pretenden es el desarrollo más equilibrado de la persona así como prepararla para su inserción en el mundo que les corresponda y en el que habrán de ser los principales protagonistas. Ello junto a adquirir el acerbo de conocimientos que ayudarán en el logro de dichos objetivos.

Somos conscientes de que uno de los defectos que adolece la elaboración de estas leyes siempre ha sido la falta de diálogo abierto, generoso, integrador y con miras elevadas entre los distintos grupos políticos, por encima de intereses grupales o de las distintas opciones ideológicas de los partidos; y cuando alguno ha intentado el consenso, porque algún intento ha habido, el resultado final ha sido el fracaso.

Esto así, confieso que me encuentro un tanto descolocado en el mundo de hoy (seguro que serán problemas de la edad) cuanto observo, escucho o soy mero espectador de determinados programas de televisión, de redes sociales o de otros medios de comunicación, donde se nos presenta un novedoso modelo de persona y sociedad que va calando poco a poco en la sensibilidad de las nuevas generaciones, e incluso en las no tan nuevas. Me sorprende la gran cantidad de jóvenes cuya aspiración profesional consiste en el ejercicio de actividades relacionadas con su presencia en las redes sociales y sin acreditación académica alguna; o el número tan elevado de cuantos se confiesan desafectados de las instituciones políticas, religiosas y laborales; o el deseo manifiesto de no pocos por organizar su vida en torno al ocio sin más planteamientos sociales o de implicación laboral; o el estilo de relaciones donde pasa muy a segundo plano todo lo que suene a fidelidad, lealtad, estabilidad y compromiso. Y así podríamos seguir enumerando rasgos que definen las perspectivas de no pocos.

Ante todo eso me inquieta pensar cómo podrá ser una sociedad de futuro cuyos ciudadanos se hayan formado en esos principios educativos; y junto a ese pensamiento me pregunto si nosotros nos equivocamos en nuestra tarea de educadores cuando nos empeñábamos en inculcar el valor del estudio, el esfuerzo, la disciplina, el desarrollo de las capacidades, el compromiso social, el valor de la palabra dada, el reconocimiento del sentido trascendente de la vida, la formación permanente, etc. Aunque también me tranquiliza pensar que tan malos no debieron ser aquellos criterios educativos cuando, pese a tantas situaciones como ha correspondido vadear, contemplo con emoción y honda satisfacción personal el resultado de aquel trabajo, encarnado en muchos exalumnos convertidos en respetables hombres y mujeres de hoy.

Yo quiero creer que todas esas personas que desfilan ante nosotros en los distintos medios, no sean una muestra demasiado representativa de cuanto configura a nuestros jóvenes, aunque me resulta preocupante que, aun respetando la libertad de cuada cual, esa exposición reiterada de lo que podríamos llamar un sistema educativo alternativo, vaya conquistando espacios y voluntades, y favoreciendo un cierto ambiente que día por día seduzca a más seguidores.

Entre tanto, se continúan generando nuevas leyes de educación, aun sabiendo que su fecha de caducidad será cuando acceda al gobierno una formación política distinta, y continuarán lanzándose los libros a la cabeza entre los escaños del parlamento por aquello de un poco más de historia, un poco menos de filosofía o clásicas, religión sí o religión no… Y esta situación me recuerda la fábula de nuestro paisano Tomás de Iriarte donde nos presenta a un par de conejos que se entretienen discutiendo si sus perseguidores eran galgos o podencos, sin percatarse de que llegaban los perros y terminarían con ellos. Quizás podría valernos como conclusión final de esta reflexión la moraleja con que concluye la fábula:

Los que por cuestiones 

de poco momento

dejan lo que importa,

llévense este ejemplo.

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