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Fernando Canellada

Azul atlántico

Fernando Canellada

Lizardo Martell, un abuelo feliz

La muerte de Lizardo Martell obliga a meditar sobre su ejemplo. Fue simultáneamente empresario, esposo, padre y abuelo ejemplar. Los empresarios canarios, y particularmente los grancanarios, pierden un referente. Irrepetible como promotor del bienestar para su tierra, recibió en vida las más altas condecoraciones y ha dado ejemplo a todos, en la salud y en la enfermedad. Entendió el ejercicio empresarial y la existencia como un servicio a su familia que se extendía a toda su Isla.

En estos tiempos revueltos y de increencias, Lizardo Martell ennobleció el ejercicio de la actividad pública, con lo que ahora llaman en las escuelas de negocios la responsabilidad social corporativa, tanto por su honradez personal como por su integridad moral, y por su perspicacia para detectar los motores del desarrollo y bienestar. Todos quienes le conocieron coinciden, y no creo exagerar, si escribo que Lizardo Martell pasa a la historia de Gran Canaria y de Canarias como una de las más grandes personalidades del final de último siglo.

He tenido la suerte de conocerlo, aunque en el trámo final de su vida. Cuando ya recogía los frutos de su siembra profesional y familiar. Y ya tenía todo el bálsamo en su alma por el trabajo bien hecho. Así lo escribía el mismo en el libro que escribió con motivo de su 80 cumpleaños para dar consejos a sus nietos. Una joya de enriquecedora lectura que conservo con una cariñosa dedicatoria. Aquel gran hombre que acompañaba a su hijo Octavio y a uno de sus nietos, y aunque ya tocado en sus neuronas, mostraba una sencillez y una humanidad digna de admiración. Era el abuelo de Carlos, el portero de un equipo del Colegio Teresiano. Su sonrisa, su bonhomía y su sentido del humor reflejaban a un hombre que amó por encima de todo a su familia, a su esposa Ketty, a sus hijos y nietos. Recordaremos siempre la figura señera de Lizardo Martell: su elegancia espiritual y su ejemplo.

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