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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Descorrer el velo en La Laguna

Ayer, en el pleno del ayuntamiento La Laguna, ocurrió algo insólito: se dijeron verdades. Verdades, además, sin túnicas ni afeites, sin gritos ni aspavientos, sin sahumerios y sin escupitajos. Durante unos minutos casi no parecía el salón plenario, sino un lugar digno donde se ejercía el control democrático del poder. El concejal Alfredo Gómez, elegido hace dos años y medio en las listas de Ciudadanos, fue el responsable de mostrar y demostrar que el alcalde Luis Yeray Gutiérrez había realizado obras en su casa sin las debidas licencias o sin la necesaria ampliación de las mismas, y lo había hecho con absoluta impunidad gracias a que el concejal de Urbanismo, ese portentoso cruce entre Cicerón y Tartarín de Tarascón, Santiago Pérez, había mirado (y seguía mirando) hacia otro lado. Lo más oportuno del asunto es que diez minutos antes el concejal y senador Pérez –cuya elección por el PSOE para la Cámara Alta no le ha llevado a disolver su organización política en el ayuntamiento lagunero– se había pegado uno de sus ya histriónicos discursetes sobre la macabra herencia de Coalición Canaria y el afán de regeneración que le ocupa noche y día.

Fueron diez minutos, diez, en los que el concejal de Urbanismo, al que Gómez jamás dejó de mirar a los ojos, encalló en un silencio estupefacto y parpadeante, incapaz de tomar resuello y sudando copiosamente a ojos vista. El alcalde, por su parte, no dijo nada sustancial. Hay quienes afirman que el alcalde, callado, está siempre más bonito, pero esa es una injusticia flagrante, porque el alcalde está bonito siempre. Lo más probable es que hoy no diga nada. Quizás mañana tampoco: ya rezongará el gabinete de prensa con un comunicado de claridad cuneiforme. Pero Gómez, sobre todo, se dedicó a glosar la santidad cívica de Santiago Pérez, que es igual que Gandhi, un activista de la libertad y el amor, pero con chaleco de felpa y un resentimiento insaciable. «Se pasó usted décadas en la oposición», apuntó el edil de Ciudadanos, «denunciando a todos sus adversarios políticos, y cuando finalmente obtiene un poco de poder, el poder de un concejal de Urbanismo, usted, ante una ilegalidad urbanística de Gutiérrez, es decir, del alcalde de esta corporación, se limita a mirar hacia otro lado». «Usted, señor Santiago», subrayó, «debería dimir no solo como concejal de Urbanismo, sino como senador».

Lo que más me ha gustado de la intervención de Alfredo Gómez es una frase muy sencilla y que pronunció con perfecta tranquilidad: «No se lo voy a permitir». No se trata de no permitir el desarrollo de un programa, o la expresión de un análisis político o la apología de una gestión. Lo que Gómez no está dispuesto a permitir es la farsa guiñolesca con la que Santiago Pérez se ha encaramado a la concejalía de Hacienda y a un escaño en el Senado mientras metía a su mermada tropa en el gobierno local para que calienten el estómago. «Cada dos por tres está recordando que fue profesor de la Universidad de La Laguna», recordó Gómez, “pero lo cierto es que fue un asociado que en el plazo de treinta años ni siquiera se preocupó por sacarse el doctorado». No, Pérez no optó jamás por una plaza de titular, pero es que tampoco llegó a ser profesor asociado mediante ninguna oposición. «Lo recordaré siempre», insistió Gómez, implacable, «como el señorito de la calle San Agustín que se ha aprovechado de la ignorancia jurídica de los demás para llevarlos a donde los quiere llevar y, además, para llegar al poder y hacer exactamente todo lo contrario de lo que había dicho durante las décadas que estuvo en la oposición». Finale presto: «Es usted el traidor de este municipio, y se lo repito, debería dimitir como concejal y senador». Alguien, sin miedo espurio ni cálculos mezquinos, ha retirado el velo progre para poder ver apenas un fragmento del actual estilo de gobierno y disfrute del poder en el ayuntamiento de La Laguna. Tres o cuatro concejales más como Alfredo Gómez Álvarez y podríamos verlo todo. Y actuar en consecuencia.

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