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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

El voto a Vox

Toda esta preocupación, un tanto cómica, por el auge de la extrema derecha. Es una preocupación tremenda, pero que depende. Como en la canción de Jarabe de Palo. Por ejemplo, la ideaca de que el PSOE se abstenga en la investidura de Fernández Mañueco para que el PP no dependa de los votos de Vox. ¿Y cómo pudría gobernar el PP sin un aliado parlamentario? Más serio – como hipótesis – es un acuerdo de legislatura entre PP y PSOE “para frenar a Vox”. Tal vez lo frenarían momentáneamente en Castilla y León, pero no en Andalucía, donde Abascal les devolvería la hostia en los cachetes de Juan Manuel Moreno. Y Unidas Podemos discrepa, por supuesto. Qué horror, un acuerdo entre PP y PSOE. ¿Dónde podrián agonizar entonces? ¿En la calle?

Depende. Luego están los que explican sabiamente que si la ultraderecha está creciendo en España en todas las elecciones es porque se nos ha olvidado el espíritu de la Santa Transición, sobre todo, se le ha olvidado a la izquierda, obsesionada por batallas culturales y perjúmenes simbólicos que son al mismo tiempo banderas de ocasión y humo de tramoya para desdibujar los problemas estructurales del país. Por el camino –como señalaba ayer el profesor Juan Pablo Fusi en un artículo – las izquierdas que gobiernan han abandonado hasta la noción de nación: España es una grosería, disculpen los aliados independentistas catalanes y vascos, que quieren destripar el Estado, pero para los que al parecer no existe necesidad de cordón sanitario. Es una explicación insuficiente y pelín pedantesca que suelen expectorar los que hicieron o creen que hicieron la Transición y no suelen tener el trasero muy limpio. Por supuesto: las clases medias y medias bajas pueden sentir que se está atacando su código moral, que ya basta de imponer pedagogía ideológica, que les repeluznan las ministra que hablan de cosas bonitas y muy chulas. Pero el voto de castigo a favor de voz es más profundo y complejo y atañe, con más intensidad si cabe, a las verdades materiales. ¿No querían ustedes – y la han propagado hasta el delirio – una política sentimental? Pues aquí la tienen. Porque el voto a Vox es también pura reacción adrenalínica de ciudadanos hartos, impotentes, asqueados.

Es el sistema como tal – político, social, institucional -- el que está perdiendo legitimidad por sus aspiraciones, reglas y promesas sistemáticamente incumplidas. La vida se ha vuelto más difícil, más áspera, más agotadora: la gestión de una desesperanza cotidiana. Hace cuarenta años un empleo indefinido y un sueldo medio eran capaz de sostener una hipoteca o un alquiler, los gastos de una familia, unas modestas vacaciones. Una única nómina podía mantener a una familia y el ascensor social no se había detenido del todo. Ahora, para la mayoría, la vida es mucho más dura, especialmente, entre los jóvenes, aunque muchas decenas de miles de desempleados de larga duración viven un interminable martirio. Se han sucedido gobiernos del PSOE y del PP y la situación ha seguido empeorando pisoteada por crisis económicas cada vez más severas y próximas. Al mismo tiempo la oligarquía partidista ha practicado con descaro la corrupción, la cooptación de las instituciones del Estado, el clientelismo desaforado, el tacticismo más sórdido y repugnante y, en los últimos años, una polarización destructiva y ruin. Los partidos que prometieron cambio y regeneración por la izquierda – Podemos –y por la derecha (Ciudadanos) se han puesto a disposición de los máximos responsables de esta ruina política (PSOE y PP) y no la han revertido, sino agudizado. El que vota a Vox elige un asunto – la inmigración, el independentismo, la corrupción, la gesticulación feministoide – pero dentro de él está todo el cansancio, el dolor y el rechazo por una herida identitaria y un malestar económico cronificado de padres a hijos. En León. En Madrid. En Valencia. Y ocurrirá también en Canarias.

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