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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Total, para cuatro días...

Existe una situación muy arraigada y recurrente que puede resumirse en estas pocas palabras: «Para el tiempo que me queda no merece la pena». Puede tratarse de un inquilino metido en años al que no le compensa renovar toda la instalación eléctrica de su vivienda, y malvive lo que le queda de vida entre apagones y cortocircuitos. O un cirujano que no quiere operar de la próstata a un paciente ya octogenario, porque a pesar del buen pronóstico y de la vitalidad del interesado, considera que para los años de vida que le quedan no merece la pena el dispendio y la ocupación del tan solicitado quirófano. O situaciones más pedestres del que no cree que le merezca ya la pena cambiar de coche, o apuntarse a un curso de informática para sacarle partido a su ordenador, o aprender un nuevo idioma o qué sé yo, todo por vislumbrar un horizonte vital limitado, mirando de reojo las estadísticas de expectativa media de vida.

¡Pues muy mal!

Si me permiten personalizar, me parece una barbaridad renunciar a una prolongación del tiempo que se nos ha regalado a bordo de nuestra tierra, sobre todo con las continuas mejoras de las condiciones de vida que nos brinda la ciencia, para poder vivir nuestros últimos años, con casi el mismo aprovechamiento que los primeros. Por citar un ejemplo de esta misma mañana, en la prensa de hoy se nos informa de que «tres personas parapléjicas han vuelto a andar gracias a unos implantes cerebrales». ¿Tan descabellado es imaginarse la aparición de una intervención revolucionaria que permita un nunca visto trasplante de próstata, que devolverá a nuestros séniors la alegría de vivir unos cuantos años más, ahora plenamente y con recuperados ímpetus? ¿O la aparición de un novedoso proceso educativo que nos permitirá convertirnos en virtuosos de la informática mediante una simple inyección intravenosa.? Y bajando a un plano más pedestre, ¿por qué no puede darse el caso de que la hija del inquilino que nos tenía preocupados congenie con un electricista, que no dudará en poner para revista toda la instalación de su casa, poco antes de pedirle la mano de la susodicha? Nunca se sabe...

Y tampoco hemos de ponerle límites a los recursos de la divina providencia, ni siquiera en los plazos de entrega de nuestra mortalidad. Yo por de pronto, no pongo la línea de mi expectativa de vida en el entorno de la media nacional. Ni siquiera en la media del país con la mayor longevidad actual.

No. Yo me fijo en cuál viene siendo el récord mundial de longevidad, que además va reculando día a día. De momento está, para los hombres, en 113 años. Lo que quiere decir que por mal que me vayan las cosas, todavía me quedan, teóricamente hablando claro está, unas cuantas décadas de vida.

¿Y ya puestos, por qué hemos de contentarnos con estas limitaciones? Como dice un amigo mío: «Con las nuevas tecnologías y los espectaculares avances de la ciencia, el desafío de la muerte no es más que un problema técnico».

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